PRESENTACION: la creacion de este blog responde a la necesidad que fue surgiendo en las reuniones de PSICOANALISIS EN DEBATE de favorecer los intercambios de textos que se han ido exponiendo. El mismo es abierto, es decir, puede funcionar como recurso interno a los concurrentes habituales y tambien para los interesados que quieran tener una idea de la historia del grupo a traves de los textos que nos han ido interesando sucesivamente
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jueves, 31 de mayo de 2012
miércoles, 16 de mayo de 2012
miércoles, 9 de mayo de 2012
Política y psicoanálisis. por Luis Vicente Miguelez
Política y psicoanálisis
A
propósito del artículo Anguila de J.A.
Miller publicado en Pagina 12
Que
el psicoanálisis tenga como objetivo – tal como expresa Miller- el sustraer al
sujeto de sus identificaciones como si se tratara de pelar una cebolla, llevarlo
a “enfrentar su propio vacío” despojándolo de toda esperanza, y a aceptar que
nada nuevo puede ocurrir “salvo que tal vez la cosa pueda empeorar” no es lo
que Freud nos legó como práctica terapéutica ni como método de investigación.
Vayamos
por partes.
Con
el ropaje de la crítica a la postración ante ideales convertidos en
totalitarismo pretende camuflar una posición en la que se descree de lo
político como acción transformadora de la sociedad. Propone una concepción que
desacredita el acto político. Efectivamente, si política es la “manipulación de
palabras claves e imágenes para capturar al sujeto”, esta no es más que
demagogia y publicidad. Que la política sea reducida a mera cuestión de
marketing habla más de lo que se hace habitualmente con ella en nuestra época
dominada por el neoliberalismo, que de lo que realmente ésta es. Confundir la
acción política que legitima el poder ciudadano con la acción de aquellos que
la pervierten es, a mi entender, reducir la cosa a su manejo. Vale esto también
para el psicoanálisis y los psicoanalistas.
Ahora
bien, de qué está hablando Miller cuando dice: “nos preocupamos cuando alguien
cercano comienza un análisis: tememos que deje de honrar a su padre, a su
madre, a su pareja y a su Dios”. Y más adelante agrega que “los psicoanalistas
hubieran querido que los semblantes de antes resistieran hasta el final de los
tiempos”. ¿Quiénes son los psicoanalistas de Miller? ¿A quiénes supone con tal pobre
anhelo y tan vana preocupación? A falta de mayores explicaciones vale suponer
que se trata de una simple y llana proyección. ¿Acaso añoranzas de “un Nombre-del-Padre
que ya no es más lo que era”?
En
otro párrafo manifiesta que “el psicoanálisis no es revolucionario pero es
subversivo, que no es lo mismo, es decir, que va en contra de las
identificaciones, los ideales, las palabras claves (sic)”. Enunciación
paradojal ya que él mismo habla desde un ideal que por llamarlo de algún modo lo
denominaremos escéptico. Se trata, según Miller, de que nuestra práctica va en contra
de lo establecido. Es su manera de presentar la experiencia analítica por el
lado de la subversión de los valores. Estamos más ante una declaración política
que ante una práctica clínica.
No
tendría ningún sentido esta discusión si no pensara que esta posición convierte
al acto analítico y al proceso de la cura en transferencia en una
identificación imaginaria a un ideal que, con ropaje de subversivo, no es más que
una concepción política filosófica, emparentada con lo que los antiguos griegos
llamaron cinismo. Se convierte así a la sesión analítica en una política de
dos, donde el poder de la transferencia haría del psicoanalista un “líder
irreverente”. Más que el reverso de la política lo que plantea Miller es una
manera camuflada de hacerla. ¿Qué lugar queda entonces, para la singularidad
del deseo del analizante en esta supuesta “lucha” contra las identificaciones,
los ideales y las palabras claves a la que Miller asimila al tratamiento
analítico? Se abandona así una herramienta fundamental de nuestra práctica, la
abstinencia analítica, que hace de la presencia del analista una oportunidad
para el encuentro con el deseo propio sin encaminarlo hacia algún ideal ni
aplastarlo con el suyo.
Dejemos
a la política lo que es de la política y al psicoanálisis lo que es suyo. Hacer política disfrazada de psicoanálisis no
beneficia ni a una ni a otro. Por el contrario la experiencia analítica mostró
desde sus inicios una vocación para intervenir en la cultura de su tiempo. Los
primeros trabajos de Freud referidos a la histeria, configuraron un modo, a mi
entender, genuino y eficaz de contribución al respecto. Al ocuparse no de la
enfermedad sino del síntoma, Freud privilegió lo que éste tiene de verdad
respecto a la cultura de su tiempo. Es decir, puso por un lado de manifiesto las
fuerzas antagónicas que intervienen en el conflicto del que el síntoma es
símbolo (sexualidad y represión) y por otro abrió el camino para nuevas y diferentes
alternativas al mismo.
El
síntoma por primera vez en la historia de la medicina adquirió una dimensión
social y cultural, dejó de ser la expresión del déficit de una función para
expresar una verdad acallada. En el caso de la histeria la represión de la
sexualidad y el aplastamiento del deseo.
Esta lectura de lo que el síntoma encierra efectivamente tiene
consecuencias políticas y culturales, pero no es tarea del psicoanalista
proponer programas alternativos. Abrir a la consciencia colectiva lo que el
síntoma de la época enuncia es el modo en que nuestra práctica se enlaza con lo
social.
En
cuanto al tratamiento analítico no debemos olvidar, tal como aconsejaba Freud,
que la cuestión de la terminación del análisis es una cuestión práctica,
nuestra aspiración es lograr las condiciones psicológicas mejores para que
alguien pueda ser capaz de amar y trabajar satisfactoriamente. A lo que Lacan
varios años después agregará que en nuestro oficio se debe ser prudente, que un
análisis no debe llevar las cosas hasta los límites, vocación neurótica por
excelencia, que cuando el analizante piensa que es feliz por vivir es
suficiente.
Luis Vicente Miguelez
Buenos Aires, 27 de abril 2012
viernes, 4 de mayo de 2012
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