miércoles, 21 de noviembre de 2012

La brecha del Tiempo por Luis Vicente Miguelez





La brecha del Tiempo

La valoración de la experiencia está desapareciendo de nuestra cultura. Giorgio Agamben, en su libro “Infancia e historia” que precisamente lleva por subtitulo “Ensayo sobre la destrucción de la experiencia”, plantea que su ocaso constituye un rasgo característico de nuestra época.
“Actualmente ya nadie parece disponer de autoridad suficiente para garantizar una experiencia, y si dispone de ella ni siquiera es rozado por la idea de basar en una experiencia el fundamento de su propia autoridad, por el contrario lo que caracteriza al tiempo presente es que toda autoridad se funda en lo inexperimentable y nadie podría aceptar como valida una autoridad cuyo único título de legitimación fuese una experiencia. Y continúa Agamben diciendo más adelante “…la humanidad ha perdido la experiencia, lo cual no significa que hoy ya no existen experiencias pero estas se efectúan fuera del hombre.”
El psicoanálisis, por el contrario, recupera la experiencia para la vida y la coloca en el centro de su praxis.
La repetición rutinaria, la banalidad de lo cotidiano, destruye toda nueva experiencia. Efectivamente, como señalaba Agambem, esto no quiere decir que las experiencias no ocurran sino que no nos apropiamos de ellas y quedamos tomados por la monotonía de la reproducción de lo mismo o por la contracara de la misma moneda, la vorágine  de la persecución de lo novedoso.
La ciencia contemporánea ha contribuido también a dar por tierra con la experiencia como fundamento del conocer y, en el camino de la exaltación del conocimiento puro, la convierte en experimento. Transformada de la mano del pensamiento científico en experimento o en “caso”, deja de referirse a sujetos reales y pierde su carácter temporal y singular.
Ahora bien, aunque se la minimice, por menos crédito que el mundo contemporáneo le dé,  es condición inaugural de lo propiamente humano.
En tanto que el hombre no habla desde siempre, tiene que entrar en el lenguaje y debe, como bien indica Agamben,  hacer la experiencia esencial de apropiarse de la  lengua.
Cada vez que alguien dice yo pone al descubierto la escisión entre el lenguaje como provisión de signos, cúmulo semiótico y como habla. La posición constitutiva del ser humano no es tanto que  hable sino que no hable desde siempre, es decir, que deba introducirse en la lengua, apropiarse del habla, para lo cual tendrá que tomar la palabra que le viene inauguralmente del Otro[1], y hacerla propia. Deberá paradojalmente crear lo que le es dado[2], o en el sentido que da Freud a las palabras del poeta, deberá apropiarse de lo que ha heredado para hacerlo suyo.
Cada vez que se toma auténticamente la palabra, se produce un acontecimiento, un acto de enunciación, un pasaje donde el decir se abre paso entre lo dicho, verdadera experiencia realizadora de subjetividad.
En el análisis el paciente habla de lo que le sucede, de lo que anhela, de lo que padece, también su callar, si se está atento a ello, es un modo de decir. Es pertinente para el analista, hacerse la siguiente pregunta: desde qué lugar y desde qué tiempo el sujeto habla.
La interpretación psicoanalítica reconstruye en primer término las coordenadas de tiempo y espacio donde situar la enunciación. En ese sentido, la experiencia del psicoanálisis recobra memorias y convierte la secuencia transitoria del relato en un acontecer histórico.
La construcción en análisis es la interpretación que otorga nuevo lugar y provee de temporalidad a los acontecimientos fundamentales de la vida de un sujeto, posibilitando su implicación en los mismos.
La experiencia del análisis produce en la linealidad temporal y homogénea  que uniforma una vida, brechas, cortes que transforman al tiempo en algo pleno y real. Modifica la concepción habitual que se tiene de lo temporal, esto es, como cinta deslizante a la que se está montado y medida universal de lo que acontece. La brecha imprime en el tiempo otra consistencia, lo constituye como sitio, territorio posible en el cual un sujeto se puede reconocer en tanto sujeto de enunciación[3]: tiempo desde el que habla, tiempo apropiado. Propicia, entonces, la construcción de una verdadera temporalidad histórica.
Denomino a este hecho con el término  brecha para subrayar su naturaleza de ruptura, de irrupción sobre la linealidad y el continuum temporal. Brecha en tanto lugar donde puede habitar un sujeto.
Nietzsche expresa, en los términos de su pensar, que el superhombre es quien pueda hacer del así fue, un así lo quise. Elevarse por medio de la voluntad por encima de la corriente fugaz de los hechos: el pasado que no depende de nuestra decisión tiene sólo el efecto de vaciar de sentido al presente.  Si para la praxis psicoanalítica el pasado no queda clausurado por lo que ya fue, es porque hace de la historia el modo particular en que cada uno “decide” [4] tomar lugar.
Rememorar el pasado, entenderlo, conjeturar sobre el por qué de las cosas es seguramente una práctica de investigación y de conocimiento histórico, pero tiene escaso efecto de cura analítica. La apuesta que hace la práctica psicoanalítica es la de que no hay clausura de lo que ya fue, de lo que ha acontecido sino por el contrario concibe al pasado en tanto experiencia viva, donde el sujeto puede tomar aún lugar al decidir en consecuencia. Construir el pasado no es tanto recordar sino poder elegir una de las múltiples direcciones posibles que se habilitan en el momento en que el sujeto logra tomar nuevamente la palabra, y a su vez la contingencia de habitar un presente que no esté determinado absolutamente por lo que ya fue[5]. 
Sin embargo lo que vivenciamos cotidianamente es que el pasado acompaña como una sombra al presente, pero paradojalmente sin haber sido nunca a su vez actual. Esto es efecto de que la temporalidad subjetiva está condicionada por el anudamiento pulsional. Como consecuencia de que el objeto de la pulsión se recrea como perdido en cada nuevo hallazgo, viene a infiltrarse en nuestra representación temporal una especie de nostalgia por el pasado. La temporalidad que nos constituye se expresa bien en  dos concepciones freudianas: hallar el objeto es volver a encontrarlo, la realidad es lo pasible de ser reencontrado. 
La sensación subjetiva de pasado indefinido que acompaña al suceder actual responde  a esta lógica del reencuentro. El acontecimiento presente pareciera manifestarse acompañado de una forma de anterioridad, de lo que ya fue, aún sin haberlo sido.
Esta connotación del pasado sobre el presente la hallamos expresada en su forma extrema en el fenómeno de déjà vu. En éste el sujeto percibe que lo que está viviendo es idéntico a algo que ya ha vivido. Si bien no logra situarlo  temporalmente, es decir, no puede reconocer exactamente cuándo ocurrió,  tiene la certeza de que lo que está viviendo es la repetición de algo que ya pasó. El tiempo en el que se sitúa el fenómeno de déjà vu es el del pasado indefinido. Un sujeto dirá no sin cierta turbación “viví algo idéntico a esto”,  “esto me ocurrió antes pero no sé  cuando”.
La explicación que Henri Bergson da del fenómeno de déjà vu en un articulo que se titula “El recuerdo del presente y el falso reconocimiento” aporta elementos de sumo interés para el psicoanálisis. El título “recuerdo del presente” es de por sí un oxímoron, invita a reflexionar sobre una situación paradojal que se presenta respecto a la memoria.
Para Bergson el fenómeno de déjà vu  revelaría con la lente de aumento de una suerte de psicopatología de la vida cotidiana el funcionamiento de la percepción y de la memoria. Postula que la percepción y la memoria comparten con el fenómeno de déjà vu una condición fundamental que, sin embargo, permanece oculta a un análisis superficial del mismo: la inscripción del recuerdo coincidiría temporalmente con el momento de la percepción. Considera erróneo suponer que recién cuando lo percibido no ocupa nuestra percepción se lo retendría como recuerdo, portando entonces un índice de pasado. Por el contrario, propone que es en simultaneo con la percepción que se abren dos direcciones paralelas y conjuntas, una, la percepción actual propiamente dicha y otra la inscripción de lo percibido como recuerdo. Por lo tanto toda percepción porta en el mismo momento de registrarse el signo del pasado, de un pasado indefinido, de un “ha sido” que se inscribe en bajorrelieve como pasado general.
Todo momento de nuestra vida –manifiesta Bergson – ofrece, pues, dos aspectos: es actual y virtual, percepción de un lado y recuerdo de otro. Se escinde al mismo tiempo que se opone. Lo que se desdobla a cada instante en percepción y recuerdo es la totalidad de lo que vemos, oímos o experimentamos, todo lo que somos con todo lo que nos rodea”.
Retomando la noción freudiana de primera experiencia de satisfacción, nos encontramos a partir de esta lógica con que en ella se inscribe la idea de un tiempo anterior, no pudiendo afirmarse que ella  sea efectivamente la primera experiencia  a la cual las siguientes remiten, sino que con ella se registra un  ya ha sido de ella misma.
En concordancia con esto, a la primera experiencia de satisfacción no deberíamos entenderla como una medida inaugural para las subsiguientes, sino que, ella misma estaría marcada por una remisión a un pasado de sí misma - resultante de la inscripción simultánea de la experiencia como percepción y como recuerdo ­– y, por consiguiente, constituiría el punto de partida como un real ya perdido.
Bergson, en ese mismo artículo, presenta al futuro como un recuerdo del porvenir. Dice textualmente: “¿No anticipamos en cada momento algo del momento siguiente?” “Este instante que va a venir está ya invadido por el instante presente; el contenido del primero es inseparable del contenido del segundo, si el uno es a no dudarlo un recomenzar de mi pasado, ¿cómo el instante por llegar no lo seria igualmente?”
“Así me encuentro sin cesar, frente a lo que está a punto de llegar, en la actitud de una persona que reconocerá y que por consiguiente conoce. Como yo no puedo predecir lo que va a suceder, veo que no lo sé, pero preveo que voy a haberlo sabido, en el sentido de que lo reconoceré cuando lo perciba, colocándome – concluye Bergson -  en la extraña situación de una persona que siente conocer lo que sabe que ignora.”.
Si en el momento presente anticipo algo del futuro, éste adquiere la modalidad que tiene el presente. ¿Cuál es la modalidad que tiene el presente?, que se inscribe ya como recuerdo. Por consiguiente, una anticipación del porvenir se convierte en un recuerdo del futuro, se configura como futuro anterior.
El “lo habré sabido” remite al futuro de un pasado, como si ya se hubiese realizado ese futuro. El sujeto pareciera desdoblarse en un narrador que, situándose temporalmente en el futuro, cuenta algo que aún no le ha pasado al personaje pero que el narrador ya sabe que le pasó.
Coincidentemente, se considera que el fenómeno de déjà vu  es acompañado por una sensación de extrañamiento, por una vivencia de desdoblamiento del sujeto, como si fuera espectador de lo que está viviendo. También  durante su ocurrencia ciertas palabras familiares se le vuelven extrañas, y quien lo experimenta tiene la sensación de que fueron dichas con anterioridad, adquiriendo una connotación de rareza. Esta característica que acompaña al fenómeno da la pista que, a mi entender, permitirá ofrecer  una explicación al por qué de la concurrencia simultanea de la percepción y el recuerdo.
Es necesario evocar al respecto, que toda palabra tiene una función de uso y otra de mención. Se usa la palabra y al mismo tiempo se puede hacer mención de ella y referirla al código.
Uno puede estar usando una palabra y de pronto detenerse y ponerla entre comillas. Hacer una mención es ponerla en relación con el tesoro de la lengua, con la dimensión sincrónica del lenguaje.
Una palabra puede ser sacada de la dimensión de uso y pasar al de mención en una misma frase, pero si esto se da simultáneamente se produciría una situación parecida a la del recuerdo del presente.
En este sentido, ese antes no fechable que se genera en toda percepción, puesto a cielo abierto por el fenómeno de déjà vu, es efecto de la lengua preexistente en el habla. Es lo ya dicho como enunciado potencial de la lengua, es lo percibido que en tanto pasa por la grilla de la significación encuentra en la condición misma del lenguaje humano el hecho de que éste remite al “entonces” de la lengua. Habría, por consiguiente, una potencialidad que precede todo acto perceptivo.
Agamben definía la experiencia en general como la manera de hacer de ese entonces de la lengua un estado actual y propio: la experiencia como la manera particular en que alguien al tomar la palabra se inscribe en ese entonces que es la lengua.
Cualquier representación está acompañada pues, de un antes sin fecha, es el efecto nostálgico que se le adhiere. Proviene de la circunstancia de que la lengua anticipa lógicamente al habla. Como si viviéramos sin saberlo en un  déjà vu eterno, la sensación que nos produce es la de que no hay nada nuevo bajo el sol. Habitamos una reducida historia. No tan ajena a lo que los antropólogos, refiriéndose a los pueblos “primitivos”, han denominado sociedades frías, que mediante ritos transforman los acontecimientos en estructura eterna. Producimos historia en tanto haya lugar para nuevas experiencias, aquello que se resiste a que la vida se reduzca siempre a ser un recuerdo del presente.
La experiencia del análisis resiste ese efecto estructural de convertir instantáneamente lo nuevo y diferente en un ya ha sido, a disolver el decir en lo ya dicho. Si el presente queda reducido a lo que ya fue, si el futuro remite a un habrá sido, ya nada vale la pena, como diría Nietzsche. En un futuro establecido por ese devenir no hay lugar para el asombro.
Cuando la palabra refiere, siempre es remisión al pasado, pero también la palabra tiene efecto de realización, lo que los lingüistas denominan el aspecto performativo[6] del habla. El efecto realizativo o performativo que adquiere la palabra en la interpretación analítica impide el eterno retorno de lo mismo: inaugura una posibilidad para lo nuevo como apuesta, como asombro. El acto psicoanalítico da cabida a lo ignorado en la historia personal,  da lugar a una experiencia  que posibilita un movimiento diferente al déjà vu.  El dispositivo del psicoanálisis - dicho esto en términos generales- procura conformar un espacio donde se pueda jugar algo del orden de la decisión, de la palabra en su forma de enunciación realizativa.
No obstante, también se puede imaginar un análisis enfermante, que al pretender aferrarse a una determinación cerrada y reiterativa, un volver constantemente sobre lo que ya ha sido, no produciría ningún acto, no posibilitaría ningún corte, ninguna brecha en la reproducción de lo mismo.
El acto analítico eficaz, por el contrario, es el que consigue producir un corte en esa temporalidad inapelable, posibilitando la oportunidad de que el sujeto pueda, tal vez por primera vez, apropiarse de su experiencia.
Luis Vicente Miguelez
Capítulo 1° del libro Astillas en el tiempo, Editorial Letra Viva 2010

Referencias bibliográficas
 G. Agamben, Infancia e historia. Ensayo sobre la destrucción de la experiencia. Editorial Adriana Hidalgo, 2001
H. Bergson, La energía espiritual. Ensayos y conferencias. Editorial Claudio García & Cia, Montevideo, 1945
S. Freud, La negación. Obras completas, tomo III. Biblioteca Nueva Editorial Madrid, 1968
S. Freud, Una teoría sexual, Obras completas, tomo I. Biblioteca Nueva Editorial Madrid, 1967
F. Nietzsche, La genealogía de la moral. Alianza Editorial Madrid, 1980



[1] Otro como tesoro significante y como auxilio primordial ante la indefensión del ser. Deberá el infans encontrar las mediaciones adecuadas – aquellos otros – con los cuales hacer la experiencia real de habitar una lengua.
[2] Feliz expresión de Winnicott para referirse al vínculo con el objeto transicional, primera posesión del sujeto.
[3] Movimiento fulgurante entre el decir y lo dicho
[4] Decisión que no atribuyo a la voluntad sino al trabajo elaborativo que propicia el análisis y que es mayormente inconsciente
[5] Acción que permite distinguir nostalgia de melancolía.
[6] La lingüística contemporánea considera enunciados performativos  a aquellos que llevan a cabo actos mediante su  sola enunciación. A diferencia de los enunciados descriptivos no hablan sobre las cosas sino que, según la feliz expresión de Austin, hacen cosas con las palabras. Utilizo el término pues considero que la interpretación psicoanalítica, más que predicar sobre lo sucedido, constituye un verdadero acto de palabra.