martes, 6 de septiembre de 2016

EFECTOS DE TRANSFERENCIA: DOS ESCRITOS por Lic. Rita Sánchez

EFECTOS DE TRANSFERENCIA: DOS ESCRITOS



Ante todo, quiero aclarar que nuestro intercambio en las reuniones que venimos realizando este año, en las que abordamos temas sobre la posición del analista en la conducción de la cura, ya sea en el consultorio o en el hospital, en la lectura de un acontecimiento socio-político ocurrido hace poco tiempo en París, me causaron a escribir y compartir con uds. algunas cuestiones sobre mi propia práctica en el hospital.
Así fue que, buscando, encontré en mi biblioteca 2 libros escritos y publicados por 2 pacientes que atendí en los últimos años de la década del 90 en el Hospital Israelita, trabajando en  el Equipo de Urgencias y de Interconsulta.
Quienes acudían a ese lugar, el de las “urgencias”, eran  pacientes que llegaban con un llamado acuciante, o bien eran derivados de otros servicios, cuando no respondían a los tratamientos médicos, entonces se suponía que esa suerte de desobediencia se debía a trastornos psíquicos.
 Los 2 libros a los que hago referencia, tienen en común, que ambos fueron escritos por victimas del holocausto nazi: Ana, una señora judía, nacida en Rumania, tenía 65 años en el momento de la consulta, era sobreviviente del “campo de concentración Transnitria” y del “campo de muerte Pichora” . Acude al Servicio, derivada por el endocrinólogo que la atendía por su trastorno tiroideo.
 El otro paciente: Miguel nació en París en 1941 y 18 meses más tarde, sus padres judíos jóvenes, “entregaron” en adopción, tanto a él como a su hermano mellizo, a una familia francesa y se escaparon. “Ellos ya presentían lo que se avecinaba”-dice Miguel.
Concurre al Hospital, trayendo una orden de AMIA, en la que se solicitaba que fuese atendido. Esa orden tenía validez sólo por ese día..
En la primera entrevista relata sus insistentes demandas ante AMIA y/o DAIA pues consideraba que ellas debían cumplir con su promesa: la de proteger a todos los judíos. Él consideraba que todos los judíos son sobrevivientes de los campos de concentración y también los hijos de ellos. No aceptaba ninguna caridad, sólo reconocimiento a través de dinero o de otorgarle un lugar privilegiado. Como no le fue concedido, se renovaron en él sus ideas de acabar con su vida, lo que pareció no alarmar demasiado a su interlocutor, a quien se le ocurrió decirle:”y si se quiere suicidar, suicídese”.
Sobre el final de ese primer encuentro, le ofrecí un horario para que volviera al día siguiente, yo lo iba a estar esperando. Pedí al psiquiatra del servicio que hablara con él, no porque considerara que era necesario medicarlo, pero si quería compartir la responsabilidad de hacerme cargo del tratamiento de un paciente con esas características.  Paralelamente puse en marcha una serie de movimientos tendientes a realizar una suerte de “salvataje”. Averigüé en algunas instituciones de la colectividad judía sobre bolsas de trabajo, posibilidades de alojamiento, también hablé con “aquel Sr. de la Amia”  
No tenía trabajo, dormía en la plaza. Tenía una pareja con la que se llevaba bien, pero no siempre lo dejaba dormir en su casa, no siempre lo “alojaba”.
Después de esa primera entrevista, pensé que su necesidad era otra: la de alojarse en otro plano, un plano que le permitiera construir un marco para el abismo en el que se movía; un vacío en el que al reflejarse, no encontraba un semejante que le respondiera. Al día siguiente no volvió. Llamé a la casa de su pareja, quien parece que ese día decidió albergarlo. Contó que estaba menos deprimido, que le había hecho bien hablar, pero que no concurrió porque en AMIA no le renovaron la autorización. Le propuse atenderlo sin cargo las veces que necesite.
De este modo se instaló en un lugar en el que se sintió alojado, concurriendo una vez por semana, para contar su historia, tal cual la escribía en unos papeles arrugados, ajados, que siempre llevaba consigo como borradores de un libro que se había propuesto escribir. Aposté a eso, a ayudarlo a escribir su libro.
Su presencia en la sala de espera no pasaba desapercibida, llamaba la atención su aspecto desaliñado, descuidado en el arreglo personal. Siempre cabizbajo y con un semblante de agobio que contrastaba con la locuacidad que   mostraba en el momento de  hablar.
Impulsado por la necesidad de ser reconocido, acudía a algunos canales de televisión, o a editoriales, para conseguir una publicación donde pudiera exponer su historia y lograr alguna satisfacción a su demanda de reconocimiento. En eso consistía su trabajo en ese momento.
En ese primer tiempo de tratamiento no produce otra cosa que el relato detallado, repetido una y otra vez, de su triste historia signada por el horror.
 Horror que comienza cuando a los 7 años, una vez terminada la guerra, apareció una señora salida de Auschwitz que se identificó como su madre, quien había perdido a su marido (el padre del paciente) y fue a buscar  a sus hijos, a quienes llevó a dar un paseo, pero no volvieron más.
Es el momento en el que su vida, según relata, comenzó a tornarse en una “tragedia”. Lo “arrancaron” de un lugar en el que había vivido durante 7 años, junto a su hermano y a otros chicos, al cuidado de “mamá Mercie”, momentos recordados como “lo mejor que le deparó la vida”.
Al poco tiempo Miguel, junto a su madre y su hermano se encontró arriba de un barco que los trasladaría a la Argentina, al igual que todos esos otros que llenaban las bodegas y camarotes del “vapor de refugiados”.
Durante el viaje, todo su esfuerzo estuvo dedicado a comunicarse con su madre, que hablaba un solo idioma: el idish. Él también hablaba un solo idioma: el francés.
Cuando llegaron a la Argentina, se suceden una multiplicidad de hechos que lo confirman en ese lugar tan buscado: el lugar de víctima, pero no de los nazis, sino víctima de su “propia madre”, quien repite con sus hijos lo que hicieron los nazis con ella y con su marido..
·         Fue alojado en el Asilo de Burzaco junto a su hermano, mientras su madre buscaba un trabajo. En su relato abundan los detalles de situaciones vividas en los que se sentía humillado y denigrado.
·         En sus visitas semanales, la madre no cesaba de culpabilizarlos por la muerte del padre, por haber caído en manos de los nazis y por la situación en la que estaban.
·         Su “dolor psíquico”, imposible de tramitar, encontró una suerte de exutorio en padecimientos en el cuerpo: alergias, calambres, dolores, atribuidos a la “depresión” en la que se sumía cada vez que era arrojado por la fuerza a la pileta o frente a las violaciones de las que – dice – haber sido  objeto.

La sustitución del alojamiento en el asilo, por el domicilio de su madre – a los 14 años – significó la reafirmación en el lugar de objeto de padecimientos. Ella había constituido una nueva pareja y sometía a sus hijos a todo tipo de malos tratos -réplicas de los que ella había recibido en el campo de concentración-.
Los esfuerzos del paciente por liberarse, fueron ciertamente fallidos. A pesar de haber tomado la decisión de irse a vivir sólo a los 18 años, no abandonó la categoría de enfermo orgánico y “depresivo”  a los que se sumaron síntomas fóbicos.
Sin embargo logró construir un andamiaje, aprendiendo el oficio de marroquinero. Constituyó una familia y tuvo 3 hijos. Trabajaba 15 horas por día para mantenerlos económicamente, salvo en las oportunidades en que debía interrumpir su trabajo por “razones de salud”, no fueron pocas. Como era de esperar, esos reiterados pedidos de licencia determinaron la causa de despido, se quedó sin trabajo. Ese fue el momento en que abandonó a su familia. Este padre ya no podía pagar, se quedó sin plata, sin recursos.
Vanos fueron los intentos para que su madre lo ayudara económicamente: “vos no tuviste padre, que tus hijos tampoco lo tengan”, fue la respuesta.
Esa frase se escribiría como propia cuando nació su primer hijo: “Yo estoy muerto, no siento nada”, es lo que pensó en el momento que firmó para inscribir el nombre del bebé.
Su nombre había sido escrito en 3 partidas de nacimiento:
  1. Cuando nació, en Francia, con el apellido de su padre judío.
  2. Cuando fue entregado a la familia francesa, cambiaron su nombre por un nombre español.
  3. Cuando llegó a la Argentina, con el apellido de su madre judía.
Sabemos que el nombre sólo puede ser significado si está anudado a una existencia, y esto es lo que el paciente intenta hacer, cuando comienza a relatar su historia desde la primera entrevista. Relato y sufrimiento, expresado  a través del llanto
Lapsus de la analista: “Renato” es el nombre que yo escribí como título de un trabajo clínico para presentar en un ateneo del hospital (había querido escribir “Relato de un caso clínico”) “nato” proviene del latín “natus”: nacido. Renato es un “renacido”, renacido en el sentido literal: que nació más de una vez, en este caso, 3 veces, si entendemos por nacimiento no el hecho biológico, sino por la escritura que testimonia la inscripción de un nombre.
Durante el tiempo que atendí a “Renato” –ése fue un nuevo nombre, ignorado por él- fui escuchando a través de sus relatos, retazos estremecedores de una historia de la que fue un “testigo perfecto” como llama Agamben a Primo Levy, cuando él mismo se compara con el “viejo Marinero de la Balada de Coleridge” Agamben, considera a Primo Levy “un testigo perfecto”, pues, según escribe el mismo Levy, cuando volvió a la casa, no podía hablar de otra cosa que no fuese contar detalladamente lo que le ocurrió  mientras estaba en el campo. “Era una necesidad irrefrenable contarle a todo el mundo lo que me había sucedido”-escribe. “Después empecé a escribir a máquina por la noche…escribía todas las noches, ¡lo cual era considerado más insensato todavía!”. Sin embargo no se siente escritor, se hace escritor con el único fin de testimoniar.
 “Renato” tampoco es un escritor, pero considero que es un testigo del holocausto, un sobreviviente, que logró escribir el libro que se había propuesto. Para él era como haber “cumplido un sueño”, según sus propias palabras.
 “Hijo del Holocausto”, es el título y, en el subtítulo, se lee, “Venganza de una madre”. Esa madre, un Otro devorador, que sí fue víctima directa del Holocausto y, su forma de testimoniar sobre su padecimiento, lo hacía a través de la venganza dirigida a sus hijos.
Me sorprendí cuando me llamó para comunicarme que finalmente iba a publicar su libro y me invitó a que sea una de las presentadoras.
Había pasado un año desde que dejé de atenderlo.
En esas páginas, están ordenados cronológicamente, como si se tratase de un acta de su vida (Autobiografía), todos los sucesos que había relatado puntillosamente durante 2 años, mientras concurría a sus sesiones en el hospital.
En la presentación, estaba acompañado por sus hijos, su pareja (Teresa) y su hermano mellizo.
Su aspecto físico y su arreglo personal habían cambiado notablemente. Me regaló un ejemplar en el que escribió una dedicatoria, además nos menciona y agradece, tanto al psiquiatra como a mi.
Cuando lo leí, me encontré con la repetición literal de todo lo que me había contado y, que volvía a contar cada vez que se encontraba con alguien en la sala de espera, en el ascensor, en la calle, en una plaza, etc.
Leyendo el Epílogo, me enteré que durante el año transcurrido desde que se interrumpió su tratamiento en el Hospital, hasta la publicación de su libro, tuvo 2 internaciones en el Htal. Alvear y en ese momento estaba “haciendo su rehabilitación”.
A medida que avanzaba en la lectura de esas páginas  -ahora compiladas en el formato de un libro- ya no como deslucidas hojas sueltas y ajadas, interpreté que hay un saber, que se da a conocer desde lo textual de su escritura.
No hay retórica, no hay simbolización.
Sin embargo, la escritura de su libro la interpreto como una ligadura que le permitió elaborar un producto que lo represente. Hay elaboración, hay escritura, no se trata de un número grabado en su brazo (como seguramente tendría su madre), marca indeleble en el cuerpo, que la señalaba como sobreviviente
Mis reflexiones, a esta altura, me llevan a preguntarme si esta producción es un Testimonio, teniendo en cuenta que testimoniar es atestiguar, o sea ser testigo.
Agamben, en su libro “Lo que queda de Auschwitz” afirma que hay 2 palabras en latín para referirse al testigo: 1) “testis”, etimológicamente significa aquel que se sitúa como tercero, ”terstis”, en un proceso o un litigio entre 2 contendientes. 2) “superstes”, hace referencia a quien ha vivido una determinada realidad, ha pasado hasta el final por un acontecimiento y, está en condiciones de ofrecer testimonio sobre él.  Ésta es la posición en la que están los sobrevivientes de Auschwitz, más aún, se da el caso de muchos de ellos que se sienten culpables de haber sobrevivido y el hecho de dar testimonio, les permite una suerte de tramitación de la culpa, un ejemplo de ello es Primo Levy, cuando escribe: ”estoy en paz conmigo mismo, porque he testimoniado”.
También están aquellos que han querido sobrevivir y han sobrevivido para “vengarse”, a esto también se refiere Levy cuando cuenta sobre los “sonderkommando” (Escuadra especial) era el nombre que las SS habían elegido para identificar  al grupo de sobrevivientes a quienes se les confiaba una gestión: la de conducir a los prisioneros – sus propios compañeros – a los crematorios. Durante meses estaban obligados a cumplir las ruines tareas sobre las que ya tenemos conocimiento. Uno de los integrantes de esos grupos escribe: “en este trabajo, o uno enloquece durante el primer día o se acostumbra”…”es verdad que hubiera podido matarme o dejarme matar, pero quería sobrevivir para vengarme y dar testimonio”.
Retomando mi pregunta sobre el testigo y el testimonio, pienso que Miguel testimonia en tanto testigo, pero no del Holocausto llevado a cabo por el nazismo, sino de  la venganza de su madre, ella sí, víctima del Holocausto.
Pero la venganza en sí misma no es testimonio, se hace testimonio cuando deviene en palabra, escrita o dicha. El caso de esta señora, me lleva a pensar en el “Musulmán”, considerado por Agamben el “testigo perfecto”.   Son los que “han tocado fondo”, “los hundidos” – dice Levy –
Los “musulmanes” son quienes ya habían perdido su voluntad de vivir, los compañeros de prisión ni siquiera le dedicaban una mirada, no le daba pena a ninguno. Ese “testigo integral”, ya había eliminado la posibilidad de distinguir entre lo humano y lo no-humano.

Los invito ahora a escuchar algunas reflexiones sobre el Testimonio de Ana. Creo no equivocarme cuando denomino de esta manera el libro que ella publicó, cuyo título es “Todavía me pregunto ¿por qué?”.
Solamente voy a puntuar los sucesos más relevantes de todo lo que está relatado en el libro:
v  Pertenecía a una familia “de buena posición económica” en un pequeño pueblo de Rumania. Perdió a su padre a los 4 años, siguieron viviendo en la misma casa junto a  su madre y una hermana pocos años mayor.
v  Sus idiomas eran el ruso y el rumano pero “puertas adentro” hablaban en idish. ”Ese dialecto de paredes adentro, me alertó sobre nuestra condición de diferentes” –dice Ana.
v  Gracias a esa “campana de cristal”, que construyó su madre, no se daría cuenta de lo que se avecinaba: estaban ante “un peligro inminente”.
v  Cuando los rusos invadieron Rumania, ella “vivía en un mundo rosado”, aún jugaba con las muñecas. Junto con  los rusos, llegaron las confiscaciones y el temor a la deportación.
v  Después de los rusos, llegaron los nazis a su pueblo, ese “pueblito” de paisajes bucólicos que ella describe  con un estilo muy “novelesco”.
v  La idealización cayó abruptamente cuando “La bomba estalló en la madrugada, fue  algún día de junio de 1941”, Ana tenía 11 años.
v  Comenzó “la caza de judíos”: “La vida subterránea y la claustrofobia nos había convertido en verdaderos topos”.”En el sótano, la consigna era sobrevivir”.
v  Finalmente “vinieron a buscarnos…nazis y rumanos”, relata que los subieron a los carros sin saber adonde los llevaban ni qué se proponían hacer con ellos.
A partir de aquí, comienza un camino arduo y duro por diferentes ghetos y campos, todo descripto con minuciosidad, tratando tal vez, de marcar una diferencia entre un lugar y otro, pero siempre aparecía el elemento común a todos, el sufrimiento y la muerte.
El martirio pareció terminar (aunque no tanto) cuando, a través de contactos de  su madre, pudo ser rescatada por un grupo de jóvenes ucranianos que combatían en los bosques. Esa primera parte del rescate consistía en entregarla a su tío, quien en principio no la reconoció, pues por su aspecto, se parecía más a un “batracio” que a un ser  humano. Tenía 13-14 años, no llegaba a pesar 20 Kg, No comía, estaba exhausta, nadie podía creer que fuese un ser viviente. Sólo hablaba cada vez que llamaba a su madre o preguntaba por ella.
La segunda parte de lo que ella misma llama “rescate” fue el re-encuentro con su añorada madre, imaginarizada, desde siempre, como un ángel protector. Ese encuentro también estaba orquestado como parte de la fuga. Fue en el carro de una campesina ucraniana repleto de aves, quien para disimular  la tapó con unas lonas “para que respire”.
Estos recuerdos y muchos otros han estado grabados en el “archivo” de la memoria de Ana. Son los que puede hilvanar bajo la forma de un  Testimonio, que al leerlo, produce el mismo escozor que otros tantos testimonios cuando relatan lo indescriptible.
Prefiero interrumpir aquí el relato sobre el martirio de Ana, y volver sobre mi pregunta acerca de si se trata de un Testimonio y, más aún, si hay diferencia entre un escrito y otro.
En primer lugar, está escrito para dar a conocer a los demás los horrores que tuvo que atravesar, tanto ella como otros seres humanos, no es que habla solamente de ella.
Lo hace a partir de una pregunta: ¿POR QUÉ? Esa pregunta es en la que se sostiene todo su escrito y, aquí ya estamos en el plano en el que Agamben llama la ética.
Finalmente también quiero dar cuenta de por qué el título de mi trabajo: ”Efectos de transferencia” porque, a mi entender, ha sido la transferencia lo que posibilitó  estas 2 escrituras, dentro de los límites que sus estructuras subjetivas lo permitieron.
Además las dedicatorias escritas por ellos “de su puño y letra”, las tomo como parte del escrito: “le agradezco que me haya ayudado a cumplir  parte de mis sueños” dice Miguel
En tanto que Ana escribe: “dedico este relato testimonial, escrito con mucho dolor y lágrimas a la lic…….y agradece “haber compartido sesiones de incertidumbre” y capítulos de su “triste y cargada historia”
  
 Lic. Rita Sánchez