¿EXISTE
RELACIÓN ENTRE EL PSICOANÁLISIS Y LA POLÍTICA? ¿Y EN TODO CASO CUÁL ES?
Desde
sus comienzos “Debate” ha sido atravesado por su interés por el psicoanálisis y
la política intentando una relación. Creo que este tema ha signado su reciente
crisis.
El
trabajo de Luis Michi y una mesa en la Facultad de Psicología en el marco de la
elección de graduados me permitió procesar algunas reflexiones acerca de este tema.
La
primera tiene que ver con una cuestión metodológica. La tendencia a dar por
sentado qué entendemos en cada caso por política, pero aún también por análisis
y por relación.
Trataré
de precisar entonces cómo entiendo cada uno de esos términos pidiendo disculpas
por esta larga introducción que considero totalmente necesaria.
La
política fue un invento griego. No quiero con esto negar que las intrigas
palaciegas de innumerables reinos antes y después no puedan ser catalogadas
como políticas.
Pero
fue el experimento de la Polis democrática lo que masificó una práctica
novedosa que permitió una sociedad de ciudadanos partícipes en pie de igualdad
del gobierno de la polis. Una sociedad donde las clases medias participaron de
manera directa, a través de la palabra, del poder de decisión en las cuestiones
de esa polis. Para ser precisos fue una experiencia ateniense que duró menos de
un siglo. De allí proviene el término “política” originalmente. Y lo
determinante que permitió esa creación radicó en un cambio en la concepción del
mundo y del hombre que parió Homero.
Su
fundamento fue la autonomía, es decir, la convicción y necesidad de dictarse su
propia ley. Todos los otros pueblos fueron heterónomos, su ley provenía de los
dioses, trasmitidas por las clases dominantes y sustentadas por la mitología.
Pero a partir de Homero los griegos no creen que los dioses, a pesar de su
inmensa superioridad con respecto a los hombres, tengan por función dictarles
la ley. Los griegos alcanzan la mayoría de edad antes que cualquier otro pueblo
y toman la responsabilidad de decidir en su existencia aceptando los límites
que les impone su destino: ser mortales. Cambia el concepto de destino. Ya no
es fijo sino que sólo señala los límites dentro de los cuales la responsabilidad
es humana. Como nadie puede arrogarse ser poseedor de más verdad que la propia,
ninguna opinión vale más que otra y el único medio de resolver el problema es
que cada uno “en nombre propio” hable en la asamblea y al final se vote. Y para
evitar abusos los cargos deben ser electivos, rotativos o sorteados. Política y
ética son para los griegos dos caras de una misma moneda y la clave es el
concepto de “el bien común”.
Lo
distintivo de la política inventada por los griegos no es la votación, su consecuencia,
sino la autonomía y el tomar la palabra en nombre propio. Ya podemos sospechar
un punto de contacto con el psicoanálisis y el trabajo de Michi: “tomar la
palabra en nombre propio”. Pero hay que precisar algunas cosas más y lo
retomaremos más adelante.
La
experiencia ateniense terminó en una restitución de la monarquía y hoy ya no es
la política tal como la inventaron los griegos.
La
revolución francesa instauró la democracia moderna, burguesa, representativa y
republicana. Antes Maquiavelo cambió el concepto de política divorciándola de
la ética para anclarla en la eficacia en la lucha por lograr y mantener el
poder. Pero la diferencia clave entre estas dos concepciones de política radica
en el concepto de “representación”.
La
nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa, republicana y
federal, por lo que el pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus
representantes. (no lo pongo entre comillas porque cito de memoria pero es casi
textual)
Alberdi
escribe el texto que será votado en la constituyente tomando el de la
constitución norteamericana y todas las constituciones modernas tienen ese
concepto de base.
La
revolución argentina comienza argumentando sobre esa representación. La del
virrey, delegada del rey que estaba preso, por lo cual cesaba esa
representación y retornaba al pueblo. La primera junta toma sobre sí esa
representación del pueblo en tanto el rey no estaba en funciones, toma entonces
el lugar del rey. El concepto de pueblo como entidad y su representación está
en el fundamento de la política moderna.
Quién
tiene la representación habla en nombre del pueblo, su autoridad emerge de allí
y esa representación resulta conculcada luego de la elección que inviste al
representante. Se instituye una distinción clara entre ciudadano y
representante; y el ciudadano ya no habla en nombre propio sino a través de su
representante, (siempre que éste hable en su nombre y no en su propio nombre).
El ciudadano ni siquiera tiene derecho a deliberación según nuestra constitución.
Hoy la política es la disputa por lograr la representación de “la gente”, ni
siquiera del pueblo, sino de “los consumidores”. Por eso la representación está
en crisis y sus manifestaciones más claras son el triunfo del Brexit en Gran
Bretaña, el triunfo de Trump y la derrota de la autoridad francesa en la última
elección con el voto a Macrón. Entiendo todas estas manifestaciones como
rechazo al sistema que se funda en la representación, aunque aún no sea
repudiada en sí. Hay rechazo sin propuesta. No se concibe aún otra modalidad
política que permita romper la trampa de la representación.
Detengámonos
aquí y centrémonos en el psicoanálisis. El psicoanálisis nace como una
propuesta terapéutica que a la vez resulta un modo de investigación sobre un
objeto nuevo: lo inconsciente. Lo inconsciente “nos habla” e impide hablar en
nombre propio. En tanto que dividido, el
iluso in-dividuo, no es dueño de su palabra, está alienado.
Una
disciplina nueva que abre un campo de investigación pero a la vez instituye un
nuevo tipo de lazo social acotado a un ámbito reducido, un consultorio. Nuevo
tipo de lazo social que debe ser aprehendido a través del análisis que
permitirá que se instaure si hay éxito. Ya he citado en este espacio el desafío
que Freud nos espetó sobre el final de su texto titulado “El malestar de la
cultura”. Se atreve a pensar en neurosis colectivas por las cuales toda una
comunidad repetiría condicionada por las marcas dejadas por sus vínculos
libidinales con sus líderes. Vínculos que homologarían los que se producen en
la infancia con las figuras parentales y anudan diversas formas de dependencia
que producen síntomas. Ese desafío está planteando de hecho, ya que no de
derecho, la necesidad de pensar cómo extender ese nuevo tipo de lazo social a
la comunidad y Freud es consciente de la dificultad que implica esa tarea y las
señala: ¿quién puede autorizarse en ese lugar?
El
trabajo del análisis propende a liberar de esa dependencia ciega, inconsciente,
y permitir el surgimiento de otro tipo de lazo social que habilita la toma de
la palabra en nombre propio y no ya de la fantasmática dependencia de origen parental.
Pasemos
ahora a tratar de establecer en qué consiste una relación. Ese mundo griego clásico
inventó al mismo tiempo que la polis la razón y la tragedia. En ésta última
prevalece la mitología pero bajo una relación a sí misma diferente. El
pensamiento imaginario propio de la mitología encuentra en la tragedia, ritual
religioso, una relación directa en una experiencia sensible que integra
sensualmente, sin mediación, al objeto de modo no representativo. El personaje
mítico está allí como el cuerpo y la sangre de Cristo están presentes en la
hostia y el vino para los cristianos en la misa. No lo representan. Es una presencia, pero trascendente, se trata de
lo sagrado aquí y ahora, por eso es religioso.
En
una vía diferente y original la relación que instituye la razón es distinta
porque se trata de otro tipo de objetos nuevos y diferentes de los sensibles.
Se intelige en una experiencia no solo diferente sino opuesta a la sensible.
Los sentidos nos engañan y sólo se puede entender si se inicia el camino de
encontrar “en el discurso” las relaciones que rigen el mundo: “Logos”, “Ser”. Nombres
con que bautizan ese orden dado de objetos inteligibles (pura relación sin
imagen) que habitan el pensar y deben ser investigados para alcanzar las
determinaciones del mundo que constituyen la denominada ciencia, o filosofía, entendida
como el orden mismo del mundo, es dado al hombre en el universo de la palabra
por el pensar. (no la ciencia moderna, aunque no se excluye de esta
concepción). Conocimiento mediado por la representación conceptual. Otro mundo.
Ese camino después de veinte siglos alumbra la ciencia moderna: el
descubrimiento de relaciones matemáticas que desafían el sentido común basado
en la experiencia sensible. Mediaciones matemáticas.
¿Qué
tipo de relación corresponde al psicoanálisis? ¿Sensible? ¿Inteligible? ¿Otra?
Si
nos inclinamos a responder relaciones sensibles estamos en el terreno del arte.
Freud reconocía en el artista la virtud de captar las relaciones que él quiere
explicitar en términos “científicos”. Si nos inclinamos a responder relaciones
inteligibles estamos en el terreno de la ciencia, que resulta tan distante de
lo sensible como de la práctica analítica. Ya sabemos que por mucho que le
pesara a Freud el psicoanálisis no es ciencia. Parece que nos queda sólo el
camino de pensar que se trata de otro tipo de relación. ¿Cuáles son los objetos
del psicoanálisis sobre los que operan esas relaciones y que las definen?
La
experiencia analítica comienza con la asociación libre y la atención flotante.
¿Libre de qué? De toda determinación voluntaria que oriente el discurso en representaciones
según razonamientos preestablecidos, podríamos decir pre-juicios que
constituyen nuestra representación del mundo objetivo. Lo mismo rige para la
atención flotante. Ambas están diseñadas para captar otro tipo de objetos: las
fantasías inconscientes, parecidas al mito.
A
priori parece que lo recusado es el tipo de relación descubierta por los
griegos. Pero si bien la experiencia analítica resulta más cercana a la
experiencia artística y al pensamiento imaginario no se agota en él. Ese primer
paso abre para Freud el acceso a lo inconsciente, pero enseguida se trata de
conceptualizar lo que ocurre en esa experiencia. La creación de conceptos para
teorizar esa experiencia ya no se produce por relaciones propias de la
sensibilidad, siempre individual, sino de la razón, lo común, pero una razón
aplicada a objetos diferentes. En la tarea de la escucha la singularidad
prevalece indefectiblemente. Si así no fuera sería posible pensar en
computadoras analistas y que lo escuchado fuera de todo X para todo X. Pero
para la teorización de esa experiencia singular es necesario que sea posible la
transmisión y por lo tanto al menos cierto grado de regularidad del discurso
para que sea transmisible y por lo tanto resulta más propio de la razón. Sin
embargo se trata de traducir a la razón lo que no sólo escapa a la misma sino
que la recusa en su lógica. Y ya se sabe que toda traducción implica
necesariamente una traición inevitable. O se traiciona la lógica de esos
objetos o se traiciona la lógica de la razón tradicional.
Como
dijimos en la última reunión las diversas teorizaciones psicoanalíticas están
teñidas por la constitución subjetiva que las nacionalidades de sus autores:
Freud es un científico judío alemán, lleva la marca de Kant en su origen;
Klein, Winnicott y Bion, la impronta del pragmatismo empirista propia del
espíritu anglosajón y Lacan la de Descartes matizada por Spinoza, aunque cada
uno de estos autores se aleja de esas concepciones filosóficas para construir
una referencia en la experiencia analítica. (Autor: que se autoriza en la
palabra propia) Pero todas esas concepciones teóricas siguen expresando con
diferencias discursivas que se trata de lo que hoy llamamos “un nuevo lazo
social”, (nueva manera de relacionarse al Otro a través del otro), aunque la
expresión surja de la escuela francesa.
Por
lo tanto se trata de establecer una lógica de la razón que resulte nueva
respecto de la explicitada hasta ahora. Ni la lógica formal (donde A es
idéntica a A) ni la lógica dialéctica (donde A no es idéntica a A por su
devenir pero prevalece la identidad de la identidad y la diferencia). Creo que
Lacan entendió claramente esto y su esfuerzo ha cursado en esa dirección
intentando generar una lógica de la no identidad que respete las características
de esos objetos y la lógica que de ellos emerge, con resultado fecundo y alcance
profundo
Culminada
esta larga introducción es posible abordar la pregunta inicial. Aparentemente
la política y el psicoanálisis no tienen mucho que ver. Pero esta afirmación
hunde sus raíces en Descartes y su pensamiento. No tanto por su exigencia de
“claridad”, que ya estaba vigente en la escolástica sino en la “distinción” que
abogaba por una lógica de la separación que configure identidades distantes
para evitar la confusión posible. Esta separación exige luego un nexo causal
mecánico para restablecer su relación.
Una
mirada más profunda permite revelar una estrecha relación entre psicoanálisis y
política. ¿Pero en qué consiste? ¿Qué elementos vinculan política y psicoanálisis?
Para
Aristóteles el hombre es un animal racional y político. Es decir, el lazo
social es la polis misma y su fundamento es la razón que ordena el mundo. Pero
si introducimos la dimensión del inconsciente, imposible de contemplar para
Aristóteles, lo que está en juego es ese nuevo lazo social que incluye pero
excede a la polis. Una nueva lectura del mundo que presenta una perspectiva de
objetos distintos de los sensibles y de los inteligibles. Objetos que para la
razón son irracionales y demandan una lógica diferente. Es decir, un nuevo tipo
de subjetividad o al menos una nueva relación del sujeto consigo mismo y con
sus semejantes. Se dice que cada época ha forjado una subjetividad pero se
concluye esto con una concepción determinista mecanicista que supone que
prevalecen las condiciones materiales, externas al sujeto, que tallan la
subjetividad. Es más realista afirmar que cada modo nuevo de la subjetividad ha
forjado su época. Claro que esta afirmación sería tachada por la tradición como
idealista y actualmente esa concepción tiene mala prensa. Pero como sabemos los
analistas se impone superar la disyuntiva materialismo – idealismo que ha
constreñido el pensamiento sobre todo en los últimos dos siglos. Castoriadis ha
señalado como distintivo de los humano, fundándose en una peculiar lectura de
Freud, como todos, la creación imaginaria de la sociedad.
Quizás
hoy es demasiado temprano para que se dejen atrás los prejuicios materialistas
y se acepte que la subjetividad implica creación y consecuentemente sea posible
que se acepte ese nuevo tipo de lazo social. Sin embargo se han dado pasos
importantes en esa dirección. En cualquier caso parece difícil que sea un
analista el que inscriba en la cultura política esa novedad. Quizás sea posible
que unos teóricos audaces convenzan a unos políticos audaces que a su vez
inscriban en la cultura ese nuevo lazo. La revolución Francesa llevó a cabo las
ideas de Rousseau y Montesquieu pero los líderes de la revolución no fueron
ellos sino los D´antón y los Robespierre.
En
la edad media la idea del interés financiero, hoy naturalizada, se concebía
como usura, pecado. (“El mercader de Venecia” de Shakespeare, en los albores
del capitalismo señala la transición) Sin embargo esa forma de la subjetividad
se impuso y se extendió siendo hoy no sólo aceptable sino respetable y hasta de
alto reconocimiento social. Hoy nos incumbe, abarca y constituye a todos, aun a
los que recusamos el capitalismo. Difícil escapar a la constitución subjetiva
de nuestro tiempo, salvo para los poetas, creadores Homéricos.
No
es fácil imaginar hoy que ese nuevo tipo de lazo social salga del consultorio y
se despliegue en el nuevo mundo, como el lazo financiero salió del banquito de
la plaza para abarcar el rasgo distintivo del mundo moderno y construir las nuevas
catedrales bancarias Pero difícil no es imposible. Pensemos que a la burguesía
le llevó cinco siglos llegar a la globalización y cabalgando sobre la potencia
del despliegue tecnológico.
Si
debemos concluir que existe relación entre psicoanálisis y política creo que
podemos pensarla en una relación que desborde la representación en más de un
sentido, que sea puente entre lo sensible y lo racional, que no se reduce ni a
ninguno de los dos ni a su combinatoria. Como en la clínica, pero que los
subsume con una lógica distinta que aún no está suficientemente desarrollada como
técnica para una transposición social. Pero que sí es seguro que implica la
búsqueda de la difícil inclusión del nombre propio en la sociedad actual. Sociedad
de masas por producción y consumo cultural. En ese sentido sólo hay dos
políticas, la masificante que arrasa al sujeto y la que propende a la
individuación subjetiva, en sus diversas versiones. Hoy la expectativa viene
más de la mano del arte que de la ciencia, pero incumbe fundamentalmente al
psicoanálisis. (No quiero decir esperanza por ser de los peores males que
emergen de la caja de Pandora, y los griegos de eso sabían, por eso fueron tan
grandes: por haber perdido la esperanza, la peor cara de los ideales).
Lo
que el psicoanálisis nos enseña es que masificarnos, aún en el más puro de los
ideales, no deja de ser una forma de alienación y que sólo no aceptando ningún
ideal heterónomo (ni divino ni terreno, naturalizado como trascendente y por lo
tanto sagrado e infalible) y sólo forjando dificultosamente y cada vez, paso a
paso, nuestro pensar autónomo, sin liderazgos ni sujeciones podemos contribuir
a construir con mucha dificultad un mundo tal vez mejor que el actual. Nos toca
por nuestra práctica pensar cómo es posible concebir teóricamente ese paso que
permita, casi mágicamente para la realidad de hoy, cumplir ese sueño freudiano
que nos lega como desafío al final de “El malestar en la cultura”.
No
está de más que como ciudadanos participemos de los eventos políticos en
nuestra república representativa y optemos entre alternativas que afectan el
lazo social, pero nuestra responsabilidad es otra que la de un ciudadano
carpintero, obrero, bancario o docente. Nuestra práctica cuestiona esa
participación en esos términos dictados por esta organización social. Mientras
derechas e izquierdas se opongan en cuestiones esenciales de la vida cotidiana
pero compartan la lógica de la representación no hay salida para un tipo de
lazo social que reproduce los vínculos de poder y sometimiento, aunque sea en
nombre de una liberación que excede los determinantes supuestamente externos
del in-dividuo pues las verdaderas cadenas son propias de la constitución misma
del sujeto moderno. Este mismo problema se plantea ya Spinoza en el siglo XVII
en su tratado teológico político y lo retoman diversos autores en los siglos
sucesivos:
“¿Por
qué los hombres luchan por su sometimiento como si lo hicieran por su liberación?”
El
psicoanálisis ha encontrado una posible respuesta a esta acuciante pregunta
pero no pudo extender esa respuesta más allá del consultorio hasta la fecha
salvo en experiencias sociales que abordaron respuestas institucionales distintas
en el campo de la salud mental pública y fueron duramente reprimidas siempre y
no casualmente. Incluso en los círculos analíticos se evidencias síntomas de
dificultad para comprender y establecer ese nexo fuera del consultorio, aún
entre analistas. Al trasponer el umbral del consultorio muchos colegas se rigen
por la lógica imperante en lo social y pujan por alcanzar la representación que
ansían, y la confusión reina sumergida en ideales de los más diversos signos,
aún con emblemas analíticos.
Buenos Aires, otoño del 2017
Álvaro Gabriel Vives