Parresia: ¿ quién le pone el cascabel al gato?
Como no puedo escribir aún lo que me propuse bajo el título
de “Un psicoanalista suelto en la
prepaga” (1) voy a ir desgranando algunas experiencias que pueden luego pasar a
formar parte de eso.
Hace muchos años recibí en consulta, derivado por la institución
en la que trabajaba (2) a una persona
que vino precedida de recomendaciones.
Mutuas. A él le hablaron de un
profesional serio, dinámico y que no parecía un analista (3)
A mí me anticiparon que era un alto ejecutivo de una empresa
multinacional, petrolera para más datos (4) y que el admisor pensó en mí por mi
fisic du rol que podía despertarle
respeto y confianza.
Vino a la consulta. Me encontré con una persona muy
angustiada, llorando con facilidad y desconcertada de sentirse así. Hacía un
tiempo había comenzado una relación íntima con su secretaria y rápidamente se le volvió pasional. Vivió intensamente ese vínculo hasta que ella
le planteó dar algún paso en la formalización de la relación. En ningún momento
él había pensado en eso. Estaba casado con hijos y si bien su relación de pareja no era plenamente
satisfactoria (cosa que siempre se
descubre cuando hay otra cosa con qué compararla) había construido una sólida
posición laboral, económica y social que podía peligrar y no estaba dispuesto a
resignar. Como persona ordenada que era había constituido con sus vínculos
personales casilleros estancos muy claramente definidos. A la secretaria le
correspondía el lugar de amante. El
desencadenamiento de su estado comenzó cuando esa mujer le plantea que bajo
esos términos se rehusaba a seguir. Y él descubrió que no podía vivir sin ella.
Diván de oro al que pudiera descubrir en esa descripción
alguna particularidad que le diera un toque personal a esa situación. Parece
una fotocopia de una historia repetida mil veces.
Justamente, creo que más por mi fisic
du rol que por alguna habilidad demostrada, luego me derivaron
varios casos que con pequeñas variaciones transitaban lo que se llama esa
problemática. En su club se diría sintéticamente: se enredó con una mina y se
le armó quilombo. Le pasó a varios (5). Problema etario, generacional y epocal.
O, como diría mi abuela, todos los hombres son iguales.
El asunto es que tenía al señor gerente sentado frente a mí
llorando amargamente su suerte. Y así durante varias entrevistas. Me empezaba a
cansar. Probé intervenciones que
apuntaban al problema de elegir, y nada. A enfrentar un duelo, menos. Se me
estaban terminando los cartuchos. ¿Qué hacer?
Entonces se me ocurrió. Pero no ¿cómo iba a decir eso? ¿Estaba
loco?
Sin embargo era eso lo que me hacía pensar la escena en la
que estaba metido. Arreciaba el llanto,
tragué saliva y dije:
-¿Ud. fue siempre así de caprichoso?
Contextualicemos. Corría la década del 90. Tenía tres pibes
chiquitos y el trabajo escaseaba. Había que cuidarlo. Al “afiliado” había que
tratarlo con algodones. Cuando me surgió esa ocurrencia se me cruzó una imagen
que me aterró. (6)
Pero los acontecimientos fueron por otro lado.
El señor gerente acostumbrado a abofetear cadetes como el Sr
Jonas y que ahora lloraba desconsolado y con la cabeza
gacha, me escuchó y dejó de llorar. Se estremeció. Se enderezó en su asiento.
Me miró largamente con sus grandes ojos celestes enrojecidos por las lágrimas. Indescifrable
su reacción. Parecía furioso. Y sin dejar de mirarme, muy serio y muy
lentamente dijo:
-Toda la vida.
Bueno, al fin pudimos entender algo. Y situar la tarea en la
que la consulta tomaba sentido y podía
tener lugar. Ya no era que había perdido el amor de su vida. Situación vital
que convendría no profesionalizar y mantener en el plano de los sucesos vitales
que las personas deben atravesar de la forma más amateur posible. (7) Venía a
elaborar el desconcierto que le producía descubrir su límite. Alguien le había
dicho que no. Y no había llanto que
valga. Daba la impresión de que en su vida esa era una gran novedad. Gracias Srta. secretaria, me enseñaste algo de
la posición que podía producir algún efecto subjetivo en este CEO. Recién a
partir ahí pudo aparecer algo singular.
Todo esto es tan simple y vulgar, tan repetido e
inespecífico que permaneció en mi memoria como una curiosidad de poco valor
transmisible. Engrosaba mi carpeta de sucesos tragicómicos que amenizan mi
práctica.
Pero años después cayó en mis manos un libro de Tomas Abraham
“El ultimo Foucault” donde se hilvanan algunos textos motivados en su último
seminario sobre la parresia.
Y entonces el recuerdo tomó otro valor. ¿Qué rara audacia me
impulsó a arriesgarlo todo? ¿Cuál es mi obligación para con la verdad? Por lo menos con la verdad de mi pensamiento.
Ya sé cuál va a ser la primera objeción. En el psicoanálisis
no se trata de la verdad del pensamiento si no de lo no-pensado que irrumpe
como verdad. Que pulsa. Es cierto. Pero lo que quiero señalar es una situación
intermedia. No se trata de la verdad que anida en lo inconsciente y aparece
sorprendiendo a todos, empezando por el emisor. Esto que trato de circunscribir
es una verdad del pensamiento que se calla por censura, por apocamiento, si
quieren como reacción al fantasma. Se piensa pero no se dice. Se trata de
evitar las consecuencias temidas. Se elude.
Lo evoqué a propósito del parafrenero del cuento del Infante
Juan Manuel “El manto del emperador”. (8)
Pero ¿qué es la parresía?
Buen articulo de la
Wikipedia que sigue el trabajo de Foucault
En la retórica clásica, la parresía era una manera de «hablar con
franqueza o de excusarse por hablar así». El
término está tomado del griego παρρησία (παν = todo + ρησις / ρημα = locución
/ discurso) que significa literalmente «decirlo todo» y, por extensión, «hablar
libremente», «hablar atrevidamente» o «atrevimiento». Implica no sólo la libertad de expresión sino la obligación de hablar con la verdad para el bien
común, incluso frente al
peligro individual.
De manera más precisa,
la parresia es una actividad verbal en la cual un hablante expresa su relación
personal a la verdad, y corre peligro porque reconoce que decir la verdad es un
deber para mejorar o ayudar a otras personas (tanto como a sí mismo). En
parresia, el hablante usa su libertad y elige la franqueza en vez de la
persuasión, la verdad en vez de la falsedad o el silencio, el riesgo de muerte
en vez de la vida y la seguridad, la crítica en vez de la adulación y el deber
moral en vez del auto-interés y la apatía moral.
Quien utiliza la parresia
lo hace sin recurrir a la retórica, la manipulación o la generalización. Es un
crítico de sí mismo, o de la opinión popular o de la cultura; revelar la verdad
lo coloca en una posición de peligro pero insiste en hablar de la verdad, pues
considera que es su obligación moral, social y/o política. Más aún, quien practica la parresia
debe estar en una posición social más débil que aquéllos a quienes se las
revela. Por ejemplo, un pupilo «cantándole las verdades» a su maestro sería un
ejemplo preciso de parresia
La parresia funciona como
opuesta a la retórica. La sinceridad de las palabras es más importante que la
belleza del discurso.
Esto da lugar a varias
cuestiones:
-La cuestión filosófica de
hablar en relación a la verdad se complejiza a partir de Descartes: el método
de duda problematiza que el testimonio y las condiciones morales del orador sean
suficientes para dar a un discurso su carácter de verdadero. Es necesario
invocar al dios de la Razón. O sucesivos garantes.
-La cuestión política
implica que lo que se dice tiene que apuntar al bien común y que este es más
importante que el peligro individual.
-La cuestión social ubica
al parresiastés en la situación de enfrentar al poder y/o a la opinión
generalizada.
Tal vez resulte un poco
extraño a nuestra cotidianidad pero intento llamar la atención sobre este
punto:
Poder hablar libremente (sin
temor a sufrir represalias) es un logro de la democracia ateniense. El
ciudadano puede pedir la palabra. Y hablar libremente y sin sufrir condena por
ello. Antes y después solamente podían hablar el rey y los nobles, el resto
tenía que pedir permiso y atenerse a las consecuencias si algo los enfurecía.
De allí la novedad que la parresia la ejerciera el parafrenero del cuento.
Decirle al poderoso (o a
la polis) la discrepancia implica el logro de un derecho (libertad de
expresión) que 200 años de revolución francesa, declaración de los derechos del
hombre y liberalismo político lo
transformaron en algo que ahora nos resulta natural. En la Argentina no tiene
aún 40 años este último tramo de instituciones que preserven esas garantías
individuales.
Ahora bien, que el derecho
esté más o menos garantizado no significa que ejercerlo soslaye la dimensión de
un acto.
Un acto desafiante. Así
sea que se apunte al monstruo de la mitología, al monstruo del poderoso o
al monstruo del consenso (ese monstruo policéfalo). Hablar es ejercer una
diferencia. Si me permiten, descompletando la unanimidad. Y asumir esa
responsabilidad.
Pero hay más. La mayor audacia del parresiastés es que no
invoca otro poder que su propia percepción, dando testimonio de su criterio
singular. Su lectura de los hechos. Aunque refiera textos o tradiciones comunes. Habla en nombre propio.
Y eso es un salto sobre el abismo. Se la juega.
Ese salto a mí no me
sale todos los días con la misma elegancia. También protagonizo bloopers.
Permítanme volver sobre el relato que antecede y subrayar lo
que quiero debatir. Mi intervención
¿en
qué se autoriza? Puede ser tan caprichosa como el capricho del paciente con su
secretaria.
Hubo un tiempo en que los analistas se autorizaban en la
contratransferencia: lo sentí así. Eso fue el punto de partida para muchos
abusos. El ser del analista como medida de todas las cosas.
Ahora estamos asistiendo al abuso opuesto. El analista
escondido y defendido en la teoría. Se dice lo que hubiera dicho Lacan si
hubiera escuchado al paciente.
Pero ¿Quién habla? Freud? Lacan? Winnicott? No, habla Michi. Que no está ni tan seguro de
su ser ni tan seguro de sus lecturas de F, L, W, etc. En ese poco de fundamento
se autoriza , avanza y dice.
Otra vuelta más, prometo que la última.
Hace varios años hubo una propuesta que me convocó a Debate.
Cuenta la leyenda que estuvo escrita pero por más que la rastreé no di con
ella. Entonces la reconstruí para mi uso con los restos oídos aquí y allá.
El resultado es: Poner el Psicoanálisis en Debate como forma
de mantener viva La experiencia del análisis. Esa
experiencia que particulariza y distingue a nuestra práctica de cualquier otro
discurrir del logos.
Por eso traigo mi experiencia que dice que para que la
intervención tenga alguna oportunidad de ser eficaz tiene que surgir del
discurso y darse en transferencia.
Y aquí transito un borde de arbitrariedad al hacer: 1) del
llanto un significante y 2) del hecho que venga hasta el consultorio con el
auto de la empresa, que deje al chofer esperando en la puerta, etc. y todo para venir a llorarme; y deducir de
allí una transferencia que me atribuye alguna clase de poder o saber que lo
recomponga. Convengamos que son elementos muy endebles para decir algo tan
acertivo.
Pero funcionó. Lo
supe después. Mientras tanto, hablé en absoluta soledad hasta que el paciente
lo suscribió y lo hizo suyo.
Justamente por eso elegí este fragmento clínico donde
subrayo el elemento de inevitable riesgo
Ese tiempo de apuesta es lo que entiendo como parresia.
Este escrito lo concluyo enmarcado en dos circunstancias
(cuanto menos).
1-
Venimos hablando de una modificación de la dinámica
de nuestros encuentros en Debate que están resultando más participativos. Y se
puede concluir (a mi juicio erróneamente) que alguien o algunos “no dejaban
hablar o disentir”.
Cuento entonces mi experiencia que me lleva
en otra dirección, el obstáculo para hablar lo encuentro en mí. Convivo con eso
y voy buscando el camino.
2-
Estos días dimos
a debatir en los mails la intervención de Jorge Alemán en la conferencia
de Miller. El asunto es importante para alguno, aquí solamente voy a destacar
al “parresiastés” que se dibuja en esa escena asimétrica.
¿estoy entendiendo qué significa debatir?
Luis Michi
(1) la soltura desplegada allí es secundaria al haberme
soltado previamente de las instituciones analíticas
(2) nunca pude definir definitivamente cuál era la
preposición que definía mi relación con la institución: en, de, para, con,
desde, junto a, dentro, ¿contra?
(3) en el sistema que se había constituido confluyeron una multiplicidad
de profesionales psi y había una amplia variedad de prácticas. Todas eran
aceptadas con la exclusiva excepción de algo que se llamara psicoanálisis, que
estaba expresamente prohibido. Y lo que
unificaba era la propuesta de trabajar
dentro del marco de las terapias
breves. Lo cual llevaba a una
extraordinaria paradoja: la mayoría de los profesionales convocados se decían psicoanalistas(¡!). Por otra parte, en algún momento en Buenos Aires
no había quién se desmarcara de ese apelativo. Y también que dentro de esa categoría hubiera un
caleidoscopio de escuelas, concepciones, escisiones y aromas para todos los gustos , muchas veces contradictorios. Esto llevaba esa Babel a
límites muy cómicos, pero esa disquisición nos llevará muy lejos y será objeto
de otro escrito.
Por “suerte” con el paso del tiempo fueron afinando la
selección, y con el aporte inestimable de las carreras de psicología de las
universidades privadas se formaron equipos más homogéneos en la renegación del
psicoanálisis. Algunos estuvieron más aliviados con eso. Sobre todo los que se
empeñaban en re-educarnos.
(4) aclaración imprescindible: nunca llegó a ministro.
(5) en algún momento me plantié clasificar los casos de
acuerdo a una escala de gravedad.
-malestar laboral, desgano. Grado 1
-empezar relación con otra mujer, enamorarse y vivirlo pasionalmente.
Grado 2
-irse a vivir con esa mujer dejando la casa , la esposa y
los hijos. Grado 3
-volver a sentir angustia y desgano, dudar de la decisión,
engañar a la nueva mujer con otra, o con la anterior (¡!) Grado 4
(6)“Oficina lujosa en un rascacielo de Nueva York, un
gerente de personal recibe una llamada y toca un botón de su conmutador ,
levanta el teléfono y dice: “Buenos aires? Obra social de empresarios? Al lic.
Michi shot in the cul, plis.””
(7) una vez llegó a mí
una persona refiriendo como motivo de consulta: el dolor que le causó la muerte
de su hermana.
Le expresé que sobre ese dolor yo no podía decir nada y me
contestó: es que hace seis meses que no paro de llorar.
Entonces está llorando algo más. Y lo tomé en tratamiento
sobre la base que no estaba acompañando una condolencia. O por lo menos, que no
era la condolencia de una pérdida conocida.
(8)Las (de)posiciones de los analistas.
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