martes, 4 de julio de 2017

¿EXISTE RELACIÓN ENTRE EL PSICOANÁLISIS Y LA POLÍTICA? ¿Y EN TODO CASO CUÁL ES? por Alvaro Vives

¿EXISTE RELACIÓN ENTRE EL PSICOANÁLISIS Y LA POLÍTICA? ¿Y EN TODO CASO CUÁL ES?

Desde sus comienzos “Debate” ha sido atravesado por su interés por el psicoanálisis y la política intentando una relación. Creo que este tema ha signado su reciente crisis.
El trabajo de Luis Michi y una mesa en la Facultad de Psicología en el marco de la elección de graduados me permitió procesar algunas reflexiones acerca de este tema.
La primera tiene que ver con una cuestión metodológica. La tendencia a dar por sentado qué entendemos en cada caso por política, pero aún también por análisis y por relación.
Trataré de precisar entonces cómo entiendo cada uno de esos términos pidiendo disculpas por esta larga introducción que considero totalmente necesaria.
La política fue un invento griego. No quiero con esto negar que las intrigas palaciegas de innumerables reinos antes y después no puedan ser catalogadas como políticas.
Pero fue el experimento de la Polis democrática lo que masificó una práctica novedosa que permitió una sociedad de ciudadanos partícipes en pie de igualdad del gobierno de la polis. Una sociedad donde las clases medias participaron de manera directa, a través de la palabra, del poder de decisión en las cuestiones de esa polis. Para ser precisos fue una experiencia ateniense que duró menos de un siglo. De allí proviene el término “política” originalmente. Y lo determinante que permitió esa creación radicó en un cambio en la concepción del mundo y del hombre que parió Homero.
Su fundamento fue la autonomía, es decir, la convicción y necesidad de dictarse su propia ley. Todos los otros pueblos fueron heterónomos, su ley provenía de los dioses, trasmitidas por las clases dominantes y sustentadas por la mitología. Pero a partir de Homero los griegos no creen que los dioses, a pesar de su inmensa superioridad con respecto a los hombres, tengan por función dictarles la ley. Los griegos alcanzan la mayoría de edad antes que cualquier otro pueblo y toman la responsabilidad de decidir en su existencia aceptando los límites que les impone su destino: ser mortales. Cambia el concepto de destino. Ya no es fijo sino que sólo señala los límites dentro de los cuales la responsabilidad es humana. Como nadie puede arrogarse ser poseedor de más verdad que la propia, ninguna opinión vale más que otra y el único medio de resolver el problema es que cada uno “en nombre propio” hable en la asamblea y al final se vote. Y para evitar abusos los cargos deben ser electivos, rotativos o sorteados. Política y ética son para los griegos dos caras de una misma moneda y la clave es el concepto de “el bien común”.
Lo distintivo de la política inventada por los griegos no es la votación, su consecuencia, sino la autonomía y el tomar la palabra en nombre propio. Ya podemos sospechar un punto de contacto con el psicoanálisis y el trabajo de Michi: “tomar la palabra en nombre propio”. Pero hay que precisar algunas cosas más y lo retomaremos más adelante.
La experiencia ateniense terminó en una restitución de la monarquía y hoy ya no es la política tal como la inventaron los griegos.
La revolución francesa instauró la democracia moderna, burguesa, representativa y republicana. Antes Maquiavelo cambió el concepto de política divorciándola de la ética para anclarla en la eficacia en la lucha por lograr y mantener el poder. Pero la diferencia clave entre estas dos concepciones de política radica en el concepto de “representación”.
La nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa, republicana y federal, por lo que el pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes. (no lo pongo entre comillas porque cito de memoria pero es casi textual)
Alberdi escribe el texto que será votado en la constituyente tomando el de la constitución norteamericana y todas las constituciones modernas tienen ese concepto de base.
La revolución argentina comienza argumentando sobre esa representación. La del virrey, delegada del rey que estaba preso, por lo cual cesaba esa representación y retornaba al pueblo. La primera junta toma sobre sí esa representación del pueblo en tanto el rey no estaba en funciones, toma entonces el lugar del rey. El concepto de pueblo como entidad y su representación está en el fundamento de la política moderna.
Quién tiene la representación habla en nombre del pueblo, su autoridad emerge de allí y esa representación resulta conculcada luego de la elección que inviste al representante. Se instituye una distinción clara entre ciudadano y representante; y el ciudadano ya no habla en nombre propio sino a través de su representante, (siempre que éste hable en su nombre y no en su propio nombre). El ciudadano ni siquiera tiene derecho a deliberación según nuestra constitución. Hoy la política es la disputa por lograr la representación de “la gente”, ni siquiera del pueblo, sino de “los consumidores”. Por eso la representación está en crisis y sus manifestaciones más claras son el triunfo del Brexit en Gran Bretaña, el triunfo de Trump y la derrota de la autoridad francesa en la última elección con el voto a Macrón. Entiendo todas estas manifestaciones como rechazo al sistema que se funda en la representación, aunque aún no sea repudiada en sí. Hay rechazo sin propuesta. No se concibe aún otra modalidad política que permita romper la trampa de la representación.
Detengámonos aquí y centrémonos en el psicoanálisis. El psicoanálisis nace como una propuesta terapéutica que a la vez resulta un modo de investigación sobre un objeto nuevo: lo inconsciente. Lo inconsciente “nos habla” e impide hablar en nombre propio.  En tanto que dividido, el iluso in-dividuo, no es dueño de su palabra, está alienado.
Una disciplina nueva que abre un campo de investigación pero a la vez instituye un nuevo tipo de lazo social acotado a un ámbito reducido, un consultorio. Nuevo tipo de lazo social que debe ser aprehendido a través del análisis que permitirá que se instaure si hay éxito. Ya he citado en este espacio el desafío que Freud nos espetó sobre el final de su texto titulado “El malestar de la cultura”. Se atreve a pensar en neurosis colectivas por las cuales toda una comunidad repetiría condicionada por las marcas dejadas por sus vínculos libidinales con sus líderes. Vínculos que homologarían los que se producen en la infancia con las figuras parentales y anudan diversas formas de dependencia que producen síntomas. Ese desafío está planteando de hecho, ya que no de derecho, la necesidad de pensar cómo extender ese nuevo tipo de lazo social a la comunidad y Freud es consciente de la dificultad que implica esa tarea y las señala: ¿quién puede autorizarse en ese lugar?
El trabajo del análisis propende a liberar de esa dependencia ciega, inconsciente, y permitir el surgimiento de otro tipo de lazo social que habilita la toma de la palabra en nombre propio y no ya de la fantasmática dependencia de origen parental.
Pasemos ahora a tratar de establecer en qué consiste una relación. Ese mundo griego clásico inventó al mismo tiempo que la polis la razón y la tragedia. En ésta última prevalece la mitología pero bajo una relación a sí misma diferente. El pensamiento imaginario propio de la mitología encuentra en la tragedia, ritual religioso, una relación directa en una experiencia sensible que integra sensualmente, sin mediación, al objeto de modo no representativo. El personaje mítico está allí como el cuerpo y la sangre de Cristo están presentes en la hostia y el vino para los cristianos en la misa. No lo representan. Es  una presencia, pero trascendente, se trata de lo sagrado aquí y ahora, por eso es religioso.
En una vía diferente y original la relación que instituye la razón es distinta porque se trata de otro tipo de objetos nuevos y diferentes de los sensibles. Se intelige en una experiencia no solo diferente sino opuesta a la sensible. Los sentidos nos engañan y sólo se puede entender si se inicia el camino de encontrar “en el discurso” las relaciones que rigen el mundo: “Logos”, “Ser”. Nombres con que bautizan ese orden dado de objetos inteligibles (pura relación sin imagen) que habitan el pensar y deben ser investigados para alcanzar las determinaciones del mundo que constituyen la denominada ciencia, o filosofía, entendida como el orden mismo del mundo, es dado al hombre en el universo de la palabra por el pensar. (no la ciencia moderna, aunque no se excluye de esta concepción). Conocimiento mediado por la representación conceptual. Otro mundo. Ese camino después de veinte siglos alumbra la ciencia moderna: el descubrimiento de relaciones matemáticas que desafían el sentido común basado en la experiencia sensible. Mediaciones matemáticas.
¿Qué tipo de relación corresponde al psicoanálisis? ¿Sensible? ¿Inteligible? ¿Otra?
Si nos inclinamos a responder relaciones sensibles estamos en el terreno del arte. Freud reconocía en el artista la virtud de captar las relaciones que él quiere explicitar en términos “científicos”. Si nos inclinamos a responder relaciones inteligibles estamos en el terreno de la ciencia, que resulta tan distante de lo sensible como de la práctica analítica. Ya sabemos que por mucho que le pesara a Freud el psicoanálisis no es ciencia. Parece que nos queda sólo el camino de pensar que se trata de otro tipo de relación. ¿Cuáles son los objetos del psicoanálisis sobre los que operan esas relaciones y que las definen?
La experiencia analítica comienza con la asociación libre y la atención flotante. ¿Libre de qué? De toda determinación voluntaria que oriente el discurso en representaciones según razonamientos preestablecidos, podríamos decir pre-juicios que constituyen nuestra representación del mundo objetivo. Lo mismo rige para la atención flotante. Ambas están diseñadas para captar otro tipo de objetos: las fantasías inconscientes, parecidas al mito.
A priori parece que lo recusado es el tipo de relación descubierta por los griegos. Pero si bien la experiencia analítica resulta más cercana a la experiencia artística y al pensamiento imaginario no se agota en él. Ese primer paso abre para Freud el acceso a lo inconsciente, pero enseguida se trata de conceptualizar lo que ocurre en esa experiencia. La creación de conceptos para teorizar esa experiencia ya no se produce por relaciones propias de la sensibilidad, siempre individual, sino de la razón, lo común, pero una razón aplicada a objetos diferentes. En la tarea de la escucha la singularidad prevalece indefectiblemente. Si así no fuera sería posible pensar en computadoras analistas y que lo escuchado fuera de todo X para todo X. Pero para la teorización de esa experiencia singular es necesario que sea posible la transmisión y por lo tanto al menos cierto grado de regularidad del discurso para que sea transmisible y por lo tanto resulta más propio de la razón. Sin embargo se trata de traducir a la razón lo que no sólo escapa a la misma sino que la recusa en su lógica. Y ya se sabe que toda traducción implica necesariamente una traición inevitable. O se traiciona la lógica de esos objetos o se traiciona la lógica de la razón tradicional.
Como dijimos en la última reunión las diversas teorizaciones psicoanalíticas están teñidas por la constitución subjetiva que las nacionalidades de sus autores: Freud es un científico judío alemán, lleva la marca de Kant en su origen; Klein, Winnicott y Bion, la impronta del pragmatismo empirista propia del espíritu anglosajón y Lacan la de Descartes matizada por Spinoza, aunque cada uno de estos autores se aleja de esas concepciones filosóficas para construir una referencia en la experiencia analítica. (Autor: que se autoriza en la palabra propia) Pero todas esas concepciones teóricas siguen expresando con diferencias discursivas que se trata de lo que hoy llamamos “un nuevo lazo social”, (nueva manera de relacionarse al Otro a través del otro), aunque la expresión surja de la escuela francesa.
Por lo tanto se trata de establecer una lógica de la razón que resulte nueva respecto de la explicitada hasta ahora. Ni la lógica formal (donde A es idéntica a A) ni la lógica dialéctica (donde A no es idéntica a A por su devenir pero prevalece la identidad de la identidad y la diferencia). Creo que Lacan entendió claramente esto y su esfuerzo ha cursado en esa dirección intentando generar una lógica de la no identidad que respete las características de esos objetos y la lógica que de ellos emerge, con resultado fecundo y alcance profundo
Culminada esta larga introducción es posible abordar la pregunta inicial. Aparentemente la política y el psicoanálisis no tienen mucho que ver. Pero esta afirmación hunde sus raíces en Descartes y su pensamiento. No tanto por su exigencia de “claridad”, que ya estaba vigente en la escolástica sino en la “distinción” que abogaba por una lógica de la separación que configure identidades distantes para evitar la confusión posible. Esta separación exige luego un nexo causal mecánico para restablecer su relación.
Una mirada más profunda permite revelar una estrecha relación entre psicoanálisis y política. ¿Pero en qué consiste? ¿Qué elementos vinculan política y psicoanálisis?
Para Aristóteles el hombre es un animal racional y político. Es decir, el lazo social es la polis misma y su fundamento es la razón que ordena el mundo. Pero si introducimos la dimensión del inconsciente, imposible de contemplar para Aristóteles, lo que está en juego es ese nuevo lazo social que incluye pero excede a la polis. Una nueva lectura del mundo que presenta una perspectiva de objetos distintos de los sensibles y de los inteligibles. Objetos que para la razón son irracionales y demandan una lógica diferente. Es decir, un nuevo tipo de subjetividad o al menos una nueva relación del sujeto consigo mismo y con sus semejantes. Se dice que cada época ha forjado una subjetividad pero se concluye esto con una concepción determinista mecanicista que supone que prevalecen las condiciones materiales, externas al sujeto, que tallan la subjetividad. Es más realista afirmar que cada modo nuevo de la subjetividad ha forjado su época. Claro que esta afirmación sería tachada por la tradición como idealista y actualmente esa concepción tiene mala prensa. Pero como sabemos los analistas se impone superar la disyuntiva materialismo – idealismo que ha constreñido el pensamiento sobre todo en los últimos dos siglos. Castoriadis ha señalado como distintivo de los humano, fundándose en una peculiar lectura de Freud, como todos, la creación imaginaria de la sociedad.
Quizás hoy es demasiado temprano para que se dejen atrás los prejuicios materialistas y se acepte que la subjetividad implica creación y consecuentemente sea posible que se acepte ese nuevo tipo de lazo social. Sin embargo se han dado pasos importantes en esa dirección. En cualquier caso parece difícil que sea un analista el que inscriba en la cultura política esa novedad. Quizás sea posible que unos teóricos audaces convenzan a unos políticos audaces que a su vez inscriban en la cultura ese nuevo lazo. La revolución Francesa llevó a cabo las ideas de Rousseau y Montesquieu pero los líderes de la revolución no fueron ellos sino los D´antón y los Robespierre.
En la edad media la idea del interés financiero, hoy naturalizada, se concebía como usura, pecado. (“El mercader de Venecia” de Shakespeare, en los albores del capitalismo señala la transición) Sin embargo esa forma de la subjetividad se impuso y se extendió siendo hoy no sólo aceptable sino respetable y hasta de alto reconocimiento social. Hoy nos incumbe, abarca y constituye a todos, aun a los que recusamos el capitalismo. Difícil escapar a la constitución subjetiva de nuestro tiempo, salvo para los poetas, creadores Homéricos.
No es fácil imaginar hoy que ese nuevo tipo de lazo social salga del consultorio y se despliegue en el nuevo mundo, como el lazo financiero salió del banquito de la plaza para abarcar el rasgo distintivo del mundo moderno y construir las nuevas catedrales bancarias Pero difícil no es imposible. Pensemos que a la burguesía le llevó cinco siglos llegar a la globalización y cabalgando sobre la potencia del despliegue tecnológico.
Si debemos concluir que existe relación entre psicoanálisis y política creo que podemos pensarla en una relación que desborde la representación en más de un sentido, que sea puente entre lo sensible y lo racional, que no se reduce ni a ninguno de los dos ni a su combinatoria. Como en la clínica, pero que los subsume con una lógica distinta que aún no está suficientemente desarrollada como técnica para una transposición social. Pero que sí es seguro que implica la búsqueda de la difícil inclusión del nombre propio en la sociedad actual. Sociedad de masas por producción y consumo cultural. En ese sentido sólo hay dos políticas, la masificante que arrasa al sujeto y la que propende a la individuación subjetiva, en sus diversas versiones. Hoy la expectativa viene más de la mano del arte que de la ciencia, pero incumbe fundamentalmente al psicoanálisis. (No quiero decir esperanza por ser de los peores males que emergen de la caja de Pandora, y los griegos de eso sabían, por eso fueron tan grandes: por haber perdido la esperanza, la peor cara de los ideales).
Lo que el psicoanálisis nos enseña es que masificarnos, aún en el más puro de los ideales, no deja de ser una forma de alienación y que sólo no aceptando ningún ideal heterónomo (ni divino ni terreno, naturalizado como trascendente y por lo tanto sagrado e infalible) y sólo forjando dificultosamente y cada vez, paso a paso, nuestro pensar autónomo, sin liderazgos ni sujeciones podemos contribuir a construir con mucha dificultad un mundo tal vez mejor que el actual. Nos toca por nuestra práctica pensar cómo es posible concebir teóricamente ese paso que permita, casi mágicamente para la realidad de hoy, cumplir ese sueño freudiano que nos lega como desafío al final de “El malestar en la cultura”.
No está de más que como ciudadanos participemos de los eventos políticos en nuestra república representativa y optemos entre alternativas que afectan el lazo social, pero nuestra responsabilidad es otra que la de un ciudadano carpintero, obrero, bancario o docente. Nuestra práctica cuestiona esa participación en esos términos dictados por esta organización social. Mientras derechas e izquierdas se opongan en cuestiones esenciales de la vida cotidiana pero compartan la lógica de la representación no hay salida para un tipo de lazo social que reproduce los vínculos de poder y sometimiento, aunque sea en nombre de una liberación que excede los determinantes supuestamente externos del in-dividuo pues las verdaderas cadenas son propias de la constitución misma del sujeto moderno. Este mismo problema se plantea ya Spinoza en el siglo XVII en su tratado teológico político y lo retoman diversos autores en los siglos sucesivos:
“¿Por qué los hombres luchan por su sometimiento como si lo hicieran por su liberación?”
El psicoanálisis ha encontrado una posible respuesta a esta acuciante pregunta pero no pudo extender esa respuesta más allá del consultorio hasta la fecha salvo en experiencias sociales que abordaron respuestas institucionales distintas en el campo de la salud mental pública y fueron duramente reprimidas siempre y no casualmente. Incluso en los círculos analíticos se evidencias síntomas de dificultad para comprender y establecer ese nexo fuera del consultorio, aún entre analistas. Al trasponer el umbral del consultorio muchos colegas se rigen por la lógica imperante en lo social y pujan por alcanzar la representación que ansían, y la confusión reina sumergida en ideales de los más diversos signos, aún con emblemas analíticos.

Buenos Aires, otoño del 2017

Álvaro Gabriel Vives