miércoles, 18 de julio de 2012

Elogio de la profanacion (Giorgio Agamben)

ELOGIO DE LA PROFANACIÓN 
Giorgio Agamben

Los juristas romanos sabían perfectamente qué significaba "profanar". Sagradas o religiosas eran las cosas que pertenecían de algún modo a los dioses. Como tales, ellas eran sustraídas
al libre uso y al comercio de los hombres, no podían ser vendidas ni dadas en préstamo, cedidas en usufructo ogravadas de servidumbre. Sacrílego era todo acto que violara o infringiera esta especial indisponibilidad, que las reservabaexclusivamente a los dioses celestes (y entonces eran llamadas propiamente "sagradas") o infernales (en este caso, se las llamaba simplemente "religiosas"). Y si consagrar (sacrare) era el término que designaba la salida de las cosas de la esfera del derecho humano, profanar significaba por el contrario restituirlos al libre uso de los hombres. "Profano ,-escribe el gran jurista Trebacio- se dice en sentido propio de aquello que,
habiendo sido sagrado o religioso, es restituido al uso y a la propiedad de los hombres". Y "puro" era el lugar que había sido desligado de su destinación a los dioses de los muertos, y
por lo tanto ya no era más "ni sagrado, ni santo, ni religioso, liberado de todos los nombres de este género" (D. 11,7,2). Pura, profana, libre de los nombres sagrados es la cosa restituida
al uso común de los hombres. Pero el uso no aparece aquí como algo natural: a él se accede solamente a través de una profanación. Entre "usar" y "profanar" parece haber una
relación particular, que es preciso poner en claro.

Es posible definir la religión como aquello que sustrae cosas, lugares, animales o personas del uso común y los transfiere a una esfera separada. No sólo no hay religión sin separación,
sino que toda separación contiene o conserva en sí un núcleo auténticamente religioso. El dispositivo que realiza y regula la separación es el sacrificio: a través de una serie de rituales minuciosos, según la variedad de las culturas, que Hubert y Mauss han pacientemente inventariado, el sacrificio sanciona el pasaje de algo que pertenece al ámbito de lo profano al ámbito de lo sagrado, de la esfera humana a la divina. En este pasaje es esencial la
cesura que divide las dos esferas, el umbral que la víctima tiene que atravesar, no importa si en un sentido o en el otro. Lo que ha sido ritualmente separado, puede ser restituido por
el rito a la esfera profana. Una de las formas más simples de profanación se realiza así por contacto (contagione) en el mismo sacrificio que obra y regula el pasaje de la víctima de la
esfera humana a la esfera divina. Una parte de la víctima (las vísceras, exta(1)(el hígado, el corazón, la vesícula biliar, los pulmones) es reservada a los dioses, mientras que lo que queda
puede ser consumido por los hombres. Es suficiente que los que participan en el rito toquen estas carnes para que ellas se conviertan en profanas y puedan simplemente ser comidas.
Hay un contagio profano, un tocar que desencanta y restituye al uso lo que lo sagrado había separado y petrificado.

El término religio no deriva, según una etimología tan insípida como inexacta, de religare (lo que liga y une lo humano y lo divino), sino de relegere, que indica la actitud de escrúpulo y de atención que debe imprimirse a las relaciones con los dioses, la inquieta vacilación (el "releer")(2) ante las formas -las fórmulas- que es preciso observar para respetar la separación entre lo sagrado y lo profano. Religio no es lo que une a los hombres y a los dioses, sino lo que vela para mantenerlos separados, distintos unos de otros. A la religión no se oponen, por lo tanto, la incredulidad y la indiferencia respecto de lo divino sino la "negligencia", es decir una actitud libre y "distraída' -esto es, desligada de la religio de las normas- frente a las cosas y a su uso, a las formas de la separación y a su sentido. Profanar significa abrir la posibilidad de una forma especial de negligencia, que ignora la separacióno, sobre todo, hace de ella un uso particular.

El pasaje de lo sagrado a lo profano puede, de hecho, darse también a través de un uso (o, más bien, un reuso) completamente incongruente de lo sagrado. Se trata del juego. Es sabido que la esfera de lo sagrado y la esfera del juego están estrechamente conectadas. La mayor parte de los juegos que conocemos deriva de antiguas ceremonias sagradas, de rituales y de prácticas adivinatorias que pertenecían tiempo atrás a la esfera estrictamente religiosa.
La ronda fue en su origen un rito matrimonial; jugar con la pelota reproduce la lucha de
los dioses por la posesión del sol; los juegos de azar derivan de prácticas oraculares; el trompo y el tablero de ajedrez eran instrumentos de adivinación. Analizando esta relación entre
juego y rito, Emile Benveniste ha mostrado que el juego no sólo proviene de la esfera de lo sagrado, sino que representa de algún modo su inversión. La potencia del acto sagrado escribe
Benvenist<>- reside en la conjunción del mito que cuenta la historia y del rito que la reproduce y la pone en escena. El juego rompe esta unidad: como ludus, o juego de acción, deja caer el mito y conserva el rirual; como jocus, o juego de palabras, elimina el rito y deja sobrevivir el mito. "Si lo sagrado se puede definir a través de la unidad consustancial del mito y el rito, podremos decir que se tiene juego cuando solamente una mitad de la operación sagrada es consumada, traduciendo sólo el mito en palabras y sólo el rito en acciones."Esto significa que el juego libera y aparta a la humanidad de la esfera de lo sagrado, pero sin abolirla simplemente. El uso al cual es restituido lo sagrado es un uso especial, que no coincide con el consumo utilitario. La "profanación" del juego no atañe, en efecto, sólo a la esfera religiosa. Los niños, que juegan con cualquier trasto viejo que encuentran, transforman en juguete aun aquello que pertenece a la esfera de la economía, de la guerra, del derecho y de las otras actividades que estamos acostumbrados a considerar como serias. Un automóvil, un arma de fuego, un contrato jurídico se transforman de golpe en juguetes. Lo que tienen en común estos casos con los casos de profanación de lo sagrado es el pasaje de una religio, que es sentida ya como falsa y opresiva, a la negligencia como verdadera religio. y esto no significa descuido (no
hay atención que se compare con la del niño mientras juega), sino una nueva dimensión del uso, que niños y filósofos entregan a la humanidad. Se trata de un tipo de uso como el que debía tener en mente Walter Benjamin, cuando escribió, en El nuevo abogado, que el derecho nunca aplicado, sino solamente estudiado es la puerta de la justicia. Así como la religio no ya observada, sino jugada abre la puerta del uso, las potencias de la economía, del derecho y de la política desactivadas en el juego se convierten en la puerta de una nueva felicidad.

El juego como órgano de la profanación está en decadencia en todas partes. Que el hombre moderno ya no sabe jugar más lo prueba precisamente la multiplicación vertiginosa de
juegos nuevos y viejos. En el juego, en los bailes y en las fiestas el hombre busca, de hecho, desesperada y obstinadamente, justo lo contrario de lo que podría encontrar: la posibilidad
de volver a acceder a la fiesta perdida, un retorno a lo sagrado y a sus ritos, aunque sea en la forma de las insulsas ceremonias de la nueva religión espectacular o de una lección de tango
en un salón de provincia. En este sentido, los juegos televisivos de masas forman parte de una nueva liturgia, secularizan una intención inconscientemente religiosa. Restituir el juego
a su vocación puramente profana es una tarea política. Es preciso distinguir, en este sentido, entre secularización y profanación. La secularización es una forma de remoción que
deja intactas las fuerzas, limitándose a desplazarlas de un lugar a otro. Así, la secularización política de conceptos teológicos (la trascendencia de Dios como paradigma del poder soberano)
no hace otra cosa que trasladar la monarquía celeste en monarquía terrenal, pero deja intacto el poder. La profanación implica, en cambio, una neutralización de aquello que profana. Una vez profanado, lo que era indisponible y separado pierde su aura y es restituido al uso. Ambas son operaciones políticas: pero la primera tiene que ver con el ejercicio del poder, garantizándolo mediante la referencia a un modelo sagrado; la segunda, desactiva los dispositivos del poder y restituye al uso común los espacios que el poder había confiscado.

Los filólogos no cesan de sorprenderse del doble, contradictorio significado que el verbo profanare parece tener en latín: por una parte, hacer profano; por otro -en una acepción utilizada en muy pocos casos-, sacrificar. Se trata de una ambigüedad que parece pertenecer al vocabulario de lo sagrado como tal: el adjetivo sacer, en un contrasentido que ya Freud había notado, significaría así tanto "augusto, consagrado a los dioses" como "maldito, excluido de la comunidad". La ambigüedad, que está aquí en cuestión, no se debe solamente a un equívoco sino que es, por así decir, constitutiva de la operación profanatoria (o de aquella,
inversa, de la consagración). En cuanto se refieren a un mismo objeto, que debe
pasar de lo profano a lo sagrado y de lo sagrado a lo profano, ellas deben tener en cuenta siempre algo así como un residuo de profanidad en roda cosa consagrada y un residuo de sacralidad presente en todo objeto profanado. Veamos el  término sacer. Él designa aquello que, a través del acto solemne de la sacratio o de la devotio (con el cual el comandante consagra su vida a los dioses infernales para asegurarse la victoria) ha sido consignado a los dioses, pertenece exclusivamente a ellos. Y sin embargo, en la expresión homo sacer, e! adjetivo parece designar a un individuo que, habiendo sido excluido de la comunidad, puede ser matado impunemente, pero no puede ser sacrificado a los dioses. ¿Qué es lo que ha sucedido aquí? Que un hombre sagrado, es decir, que pertenece a los dioses, ha sobrevivido al rito que lo ha
separado de los hombres y sigue llevando una existencia aparentemente profana entre ellos. En el mundo profano, a su cuerpo es inherente un residuo irreductible de sacralidad, que lo sustrae al comercio normal con sus pares y lo expone a la posibilidad de una muerte violenta, la cual lo restituye a los dioses a los que en verdad pertenece. Considerado, en cambio, en la esfera divina, él no puede ser sacrificado y está excluido del culto, porque su vida es ya propiedad de los dioses y sin embargo, en la medida en que sobrevive, por así decir, a sí misma, ella introduce un resto incongruente de profanidad en el ámbito de lo sagrado. Sagrado y profano representan,
así, en la máquina del sacrificio, un sistema de dos polos, en los cuales un significante flotante transita de un ámbito al otro sin dejar de referirse al mismo objeto. Pero es precisamente de este modo que la máquina puede asegurarse la repartición del uso entre los humanos y los divinos, y restituir eventualmente a los hombres aquello que había sido consagrado a los dioses. De aquí la promiscuidad entre las dos operaciones en el sacrificio romano, en el cual una parte de la propia
víctima consagrada es profanada por contagio y consumida por los hombres, mientras que otra es asignada a los dioses.

Desde esta perspectiva se vuelven quizá más comprensibles la cura obsesiva y la implacable seriedad de las cuales debían dar prueba, en la religión cristiana, teólogos, pontífices y emperadores para asegurarse en la medida de lo posible la coherencia y la inteligibilidad de la noción de transustanciación en el sacrificio de la misa y de encamación y homousla en el dogma trinitario. Estaba en juego nada menos que la supervivencia de un sistema religioso que había involucrado al propio Dios como víctima en el sacrificio y, de este modo, había introducido en él esa separación que, en el paganismo, tenía que ver solamente con las cosas humanas. Se trataba, así, de hacer frente, a través de la presencia contemporánea de dos naturalezas en una única persona o en una única víctima, a la confusión entre divino y
humano que amenazaba con paralizar la máquina sacrificial del cristianismo. La doctrina de la encarnación garantizaba que la naturaleza divina y la humana estuvieran presentes sin
ambigüedad en la misma persona, así como la transustanciación aseguraba que las especies del pan y del vino se transformaran sin residuos en el cuerpo de Cristo. Resulta de esto que, en el cristianismo, con el ingreso de Dios como  víctima en el sacrificio y con la fuerte presencia de tendencias mesiánicas que ponían en crisis la distinción entre lo sacro y lo profano, la máquina religiosa parece alcanzar un punto limite o una zona de indecibilidad, en la cual la esfera
divina está siempre en acto de colapsar en la humana y el hombre traspasa ya siempre en lo divino.

El capitalismo como religión es el título de uno de los más penetrantes fragmentos póstumos de Benjamin. Según Benjamin, el capitalismo no representa sólo, como en Weber, una secularización de la fe protestante, sino que es él mismo esencialmente un fenómeno religioso, que se desarrolla en modo parasitario a partir del cristianismo. Como tal, como religión
de la modernidad, está definido por tres características: 1) Es una religión cultural, quizá la más extrema y absoluta que haya jamás existido. Todo en ella tiene significado sólo en referencia
al cumplimiento de un culto, no respecto de un dogma o de una idea. 2) Este culto es permanente, es "la celebración de un culto sans treve et sans meret' . (3) Los días de fiesta y de vacaciones no interrumpen el culto, sino que lo integran. 3) El culto capitalista no está dirigido a la redención ni a la expiación de una culpa, sino a la culpa misma. "El capitalismo es quizás el único caso de un culto no expiatorio, sino culpabilizante...Una monstruosa conciencia culpable que no conoce redención se transforma en culto, no para expiar en él su culpa,  sino para volverla universal... y para capturar finalmente al propio Dios en la culpa... Dios no ha muerto, sino que ha sido incorporado en el destino del hombre." Precisamente porque tiende con todas sus fuerzas no a la redención, sino a la culpa; no a la esperanza, sino a la desesperación, el capitalismo como religión no mira a la transformacióndel mundo, sino a su destrucción. Y su dominio es en nuestro tiempo de tal modo total, que aun los tres grandes profetas de la modernidad (Nietzsche, Marx y Freud) conspiran, según Benjamin, con él; son solidarios, de alguna manera, con la religión de la desesperación. "Este pasaje del planeta hombre a través de la casa de la desesperación en la absoluta soledad de su recorrido es el éthos que define Nietzsche. Este hombre es el Superhombre, esto es, el primer hombre que comienza conscientemente a realizar la religión capitalista". Pero también la teoría freudiana pertenece al sacerdocio del culto capitalista: "Lo reprimido, la representación pecaminosa...es el capital, sobre el cual el infierno del inconsciente paga los intereses". Y en Marx, el capitalismo "con los intereses simples y compuestos, que son función de la culpa... se transforma inmediatamente en socialismo".

Tratemos de proseguir las reflexiones de Benjamin en la perspectiva que aquí nos interesa. Podremos decir, entonces, que el capitalismo, llevando al extremo una tendencia ya presente
en el cristianismo, generaliza y absolutiza en cada ámbito la estructura de la separación que define la religión. Allí donde el sacrificio señalaba el paso de lo profano a lo sagrado
y de lo sagrado a lo profano, ahora hay un único, multiforme, incesante proceso de separación, que inviste cada cosa, cada lugar, cada actividad humana para dividirla de sí misma y que es completamente indiferente a la cesura sacro/profano, divino/humano. En su forma extrema, la religión capitalista realiza la pura forma de la separación, sin que haya nada que separar. Una profanación absoluta y sin residuos coincide ahora con una consagración igualmente vacua e integral. Y como en la mercancía la separación es inherente a la forma misma del objeto, que se escinde en valor de uso y valor de cambio y se transforma en un fetiche inaprensible, así ahora todo lo que es actuado, producido y vivido –incluso el cuerpo humano, incluso la sexualidad, incluso el lenguaje- son divididos de sí mismos y desplazados en una esfera separada que ya no define alguna división sustancial y en la cual cada uso se vuelve duraderamente imposible. Esta esfera es el consumo. Si, como se ha sugerido, llamamos espectáculo a la fase extrema del capitalismo que estamos viviendo, en la cual cada cosa es exhibida en su separación de sí misma, entonces espectáculo y consumo son las dos caras de una única imposibilidad de usar. Lo que no puede ser usado es, como tal, consignado al consumo o a la exhibición espectacular. Pero eso significa que profanar se ha vuelto imposible (o, al menos, exige procedimientos especiales). Si profanar significa devolver al uso común lo que fue separado en la esfera de lo sagrado, la religión capitalista en su fase extrema apunta a la creación de un absolutamente Improfanable.

El canon teológico del consumo como imposibilidad de uso fue fijado en el siglo XIII por la Curia romana en el contexto del conflicto que la opuso a la orden franciscana. En su reivindicación de la "altísima pobreza", los franciscanos afirmaban la posibilidad de un uso completamente sustraído a la esfera del derecho, que ellos, para distinguirlo del usufructo y de todo otro derecho de uso, llamaron usus jáeti, uso de hecho (o del hecho). Contra ellos, Juan XXII, adversario implacable de la orden, emana su bula Adeonditorem eanonum.
En las cosas que son objeto de consumo, argumenta, como la comida, los vestidos, etcétera, no puede existir un uso distinto de la propiedad, porque él se resuelve integralmente en el acto de su consumo, es decir de su destrucción(abusus). El consumo, que destruye necesariamente la cosa, no es sino la imposibilidad o la negación del uso, que presupone  que la sustancia de la cosa quede intacta (salva rei substantia). Y no sólo eso: un simple uso de hecho, distinguido de la propiedad, no existe en la naturaleza, no es en ningún modo algo que se pueda "tener". "El acto mismo del uso no existe en la naturaleza antes de ejercitarlo, mientras se lo ejercita ni después de haberlo ejercitado. El consumo, en efecto, aun en el acto de su ejercicio, es siempre ya pasado o futuro y, como tal, no se puede decir que exista en la naturaleza, sino sólo
en la memoria o en la expectativa. Por lo tanto no se lo puede tener si no en el instante de su desaparición." De este modo, con una inconsciente profecía, Juan XXII provee e! paradigma de una imposibilidad de usar que debió alcanzar su cumplimiento muchos siglos después, en la sociedad de consumo. Esta obstinada negación de! uso capta, sin embargo, más radicalmente la naturaleza de lo que lo pudieron hacer los que lo reivindicaban dentro del orden franciscano.
Dado que el puro uso aparece, en su argumentación, no tanto como algo inexistente -él existe, de hecho, instantáneamente en el acto del consumo-- sino más bien como algo que no se puede tener jamás, que no puede constituir nunca una propiedad (dominium). El uso es, así, siempre relación con un inapropiable; se refiere a las cosas en cuanto no pueden convertirse en objeto de posesión. Pero, de este modo, el uso también desnuda la verdadera naturaleza de la propiedad, que no es otra que el dispositivo que desplaza el libre uso de los hombres a una esfera separada, en la cual se convierte en derecho. Si hoy los consumidores en las sociedades de masas son infelices, no es solo porque consumen objetos que han incorporado su propia imposibilidad de ser usados, sino también-y sobre todo- porque creen ejercer su derecho de propiedad sobre ellos, porque se han vuelto incapaces de profanarlos.

La imposibilidad de usar tiene su lugar tópico en el Museo. La museificación del mundo es hoy un hecho consumado. Una después de la otra, progresivamente, las potencias espirituales que definían la vida de los hombres -el arte, la religión, la filosofía, la idea de naturaleza, hasta la política se han retirado dócilmente una a una dentro del Museo. Museo no designa aquí un lugar o un espacio físico determinado, sino la dimensión separada en la cual se transfiere aquello que en un momento era percibido como verdadero y decisivo, pero ya no lo es más. El Museo puede coincidir, en este sentido, con una ciudad entera (Evora, Venecia, declaradas por esto patrimonio de la humanidad), con una región (declarada parque u oasis natural) y hasta con un grupo de individuos (en cuanto representan una forma de vida ya desaparecida). Pero, más en general, todo puede convertirse hoy en Museo, porque este término nombra simplemente la exposición de una imposibilidad de usar, de habitar, de hacer experiencia. Por esto, en el Museo, la analogía entre capitalismo y religión se vuelve evidente. El Museo ocupa exactamente el espacio y la función que hace un tiempo estaban reservados al Templo como lugar del sacrificio. A los fieles en el Templo -o a los peregrinos que recorrían la tierra de Templo en Templo, de santuario en santuario- corresponden hoy los turistas, que viajan sin paz en un mundo enajenado en Museo. Pero mientras los fieles y los peregrinos participaban al final de un sacrificio que, separando la víctima de la esfera sagrada, reestablecía las justas relaciones entre lo divino y lo
humano, los turistas celebran sobre su persona un acto sacrificial que consiste en la angustiosa experiencia de la destrucción de todo uso posible. Si los cristianos eran "peregrinos", es decir, extranjeros sobre la tierra, porque sabían que tenían su patria en el cielo, los adeptos del nuevo culto capitalista, no tienen patria alguna, porque viven en la pura forma de la separación. Dondequiera que vayan, ellos encuentran multiplicada y llevada al extremo la misma imposibilidad de habitar que habían conocido en sus casas y en sus ciudades, la misma incapacidad de usar que habían experimentado en los supermercados, en los shoppings y en los
espectáculos televisivos. Por esto, en tanto representa el culto y el altar central de la religión capitalista, el turismo es hoy la primera industria del mundo, que involucra cada año más de 650 millones de hombres. Y nada es tan asombroso como el hecho de que millones de hombres comunes lleguen a vivir en carne propia la experiencia quizá más desesperada que es dada a hacer a todos: la de la pérdida irrevocable de todo uso, de la absoluta imposibilidad de profanar.

Es posible, sin embargo, que lo Improfanable, sobre lo cual se funda la religión capitalista, no sea verdaderamente tal, que se den todavía hoy formas eficaces de profanación. Para esto es preciso recordar que la profanación no restaura simplemente algo así como un uso natural, que preexistía a su separación en la esfera religiosa, económica o jurídica. Su operación --como muestra con claridad el ejemplo del juego es más astuta y compleja, y no se limita a abolir la forma de la separación, para reencontrar, más acá o más allá de ella, un uso incontaminado. También en la naturaleza se dan profanaciones. El gato que juega con el ovillo como si fuera un
ratón -exactamente como el niño juega con antiguos símbolos religiosos o con objetos que pertenecieron a la esfera económica- usa conscientemente en el vado los comportamientos
propios de la actividad predatoria (o, en el caso del niño, del culto religioso o del mundo del trabajo). Estos no son borrados, sino que, gracias a la sustitución del ratón por el ovillo, o del objeto sagrado por el juguete, son desactivados y, de este modo, se los abre a un nuevo, posible uso. Pero, ¿de qué uso se trata? ¿Cuál es, para el gato, el uso posible del ovillo? Éste consiste en liberar un comportamiento de su inscripción genética en una esfera determinada (la actividad predatoria, la caza). El comportamiento así liberado reproduce e incluso imita las formas de la actividad de que se ha emancipado, pero vaciándolas de su sentido y de la relación obligada a un fin, las abre y dispone a un nuevo uso. El juego con el ovillo es la liberación del ratón de su ser
presa y de la actividad predatoria de su necesario estar orientada a la captura y la muerte del ratón: y, sin embargo, pone en escena los mismos comportamientos que definían la caza.
La actividad resultante deviene, así, un medio puro, es decir una praxis que, aun manteniendo tenazmente su naturaleza de medio, se ha emancipado de su relación con un fin, ha olvidado alegremente su objetivo y ahora puede exhibirse como tal, como medio sin fin. La creación de un nuevo uso es, así, posible para el hombre solamente desactivando un viejo uso, volviéndolo inoperante.

La separación se lleva a cabo también, y sobre todo, en la esfera del cuerpo, como represión y separación de determinadas funciones fisiológicas. Una de éstas es la defecación, que, en nuestra sociedad, es aislada y escondida a través de una serie de dispositivos e interdictos (que tienen que ver tanto con los comportamientos como con el lenguaje). ¿Qué querría decir profanar la defecación? No ya reencontrar una pretendida naturalidad, ni simplemente gozar de ello en forma de trasgresión perversa (que es sin embargo mejor que nada). Se trata, en cambio, de alcanzar arqueológicamente la defecación como campo de tensiones polares entre la naturaleza y la cultura, lo privado y lo público, lo singular y lo común. Es decir: aprender un nuevo uso de las heces, como los niños intentaban hacerlo a su manera, antes de que intervinieran la represión y la separación. Las formas de este uso común podrán ser inventadas solamente de manera colectiva. Como hizo notar una vez Italo Calvino, incluso las heces son una producción humana como las otras, sólo que de ellas no se ha hecho nunca una historia. Por eso, cada intento del individuo de profanarlas sólo puede tener valor paródico, como en la escena de la defecación alrededor de una mesa en la película de Buñuel. Las heces -está claro- son aquí solamente un símbolo de aquello que ha sido separado y puede ser restituido al uso
común. ¿Pero es posible una sociedad sin separaciones? La pregunta está, quizá, mal formulada. Ya que profanar no significa simplemente abolir y eliminar las separaciones, sino aprender a hacer de ellas un nuevo uso, a jugar con ellas. La sociedad sin clases no es una sociedad que ha abolido y perdido toda memoria de las diferencias de clase, sino una sociedad que ha sabido desactivar los dispositivos para hacer posible un nuevo uso, para transformarlos en medios puros. Nada es, sin embargo, más frágil y precario que la esfera de los medios puros. Aun el juego, en nuestra sociedad, tiene un carácter episódico, después de! cual la vida normal debe retomar su curso (y el gato, su caza). Y nadie sabe mejor que los niños cuán atroz e inquietante puede ser un juguete, cuando el juego del que formaba parte ha terminado. El instrumento de
liberación se convierte, entonces, en un torpe trozo de madera, la muñeca sobre la cual la niña ha vertido su amor, en un gélido y vergonzoso muñeco de cera, que un mago malvado puede
capturar y hechizar para servirse de él en contra de nosotros.
Este mago malvado es el gran sacerdote de la religión capitalista. Si los dispositivos del culto capitalista son tan eficaces, es porque actúan no sólo, y no tanto, sobre los comportamientos primarios, como sobre los medios puros, es decir sobre comportamientos que le han sido separados de sí mismos y, de este modo, desligados de su relación con un fin. En su fase extrema, el capitalismo no es más que un gigantesco dispositivo de captura de los medios puros, es decir de los comportamientos profanatorios. Los medios puros, que representan la desactivación y la ruptura de cada separación, son a su vez separados en una esfera especial. Un
ejemplo es el lenguaje. Ciertamente, el poder siempre ha tratado de asegurarse el control de la comunicación social, sirviéndose del lenguaje como medio para difundir la propia ideología y para inducir a la obediencia voluntaria. Pero hoy esta función instrumental-todavía eficaz en los márgenes del sistema, cuando se verifican situaciones de peligro y de excepción- ha dejado lugar a un procedimiento de control diferente, que, separándolo en la esfera espectacular,
inviste el lenguaje en su girar en el vacío, es decir en su posible potencial profanatorio. Más esencial que la función de propaganda, que concierne al lenguaje como instrumento para un fin, es la captura y la neutralización del medio puro por excelencia, es decir del lenguaje que se ha emancipado de sus fines comunicativos y se dispone, así, para un nuevo uso. Los dispositivos mediáticos tienen precisamente el objetivo de neutralizar este poder profanatorio del lenguaje como medio puro, de impedir que abra la posibilidad de un nuevo uso, de una nueva experiencia de la palabra. Ya la iglesia, después de los dos primeros siglos de esperanza y espera, había
concebido su función como dirigida esencialmente a neutralizarla nueva experiencia de la palabra que Pablo, poniéndola en el centro del anuncio mesiánico, había denominado
pistis, fe. Del mismo modo, en el sistema de la religión espectacular, el medio puro, suspendido y exhibido en la esfera mediática, expone el propio vado, dice solamente su propia nada, como si ningún nuevo uso fuera posible, como si ninguna otra experiencia de la palabra fuera ya posible.

Esta nulificación de los medios puros es evidente en el dispositivo que más que ningún otro parece haber realizado el sueño capitalista de la producción de un Improfanable. Se trata de la pornografía. Quien tiene alguna familiaridad con la historia de la fotografía erótica sabe que, en sus comienzos,las modelos ostentan una expresión romántica y casi soñadora, como si el objetivo las hubiera sorprendido, no visto, en la intimidad de su boudoir. A veces, perezosamente tumbadas sobre un canapé, fingen dormir o hasta leer, como en ciertos desnudos de Braquehais y de Camille de Olivier; otras veces, el fotógrafo indiscreto las ha sorprendido justo mientras, solas consigo mismas, están mirándose en el espejo (es la puesta en escena preferida por Auguste Belloc). Pronto, no obstante, de la mano de la absolutización capitalista de la mercancía y el valor de cambio, su expresión se transforma y se vuelve atrevida, las poses se complican y se mueven, como si las modelos exageraran intencionalmente la indecencia, exhibiendo, de este modo, su conciencia de estar expuestas al objetivo. Pero es recién en nuestra época que este proceso alcanza su estadio extremo. Los historiadores del cine
registran como una novedad desconcertante la secuencia de Monika (1952), en la cual la protagonista Harriett Andersson mantiene de manera imprevista la mirada fija por algunos
segundos en el objetivo ("aquí por primera vez en la historiadel cine", comentará retrospectivamente el director, Ingmar Bergman, "se establece un contacto descarado y directo con el espectador"). Desde entonces, la pornografía ha vuelto ciertamente banal el procedimiento: las pornostars, en el acto mismo de practicar sus caricias más íntimas, miran ahora resueltamente al objetivo, mostrando que están más interesadas
en el espectador que en sus partners.
De este modo se realiza plenamente el principio que Benjamin había ya enunciado en 1936, mientras escribía el ensayo sobre Fuchs, es decir que "aquello que en estas imágenes funciona como estímulo sexual, no es tanto la visión de la desnudez, como la idea de la exhibición del cuerpo desnudo delante del objetivo". Un año antes, para caracterizar la transformación que sufre la obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica, Benjamin creó el concepto de "valor de exposición" (Ausstellungswert). Nada mejor que este concepto podría caracterizar
la nueva condición de los objetos y hasta del cuerpo humano en la edad del capitalismo realizado. En la oposición marxiana entre valor de uso y valor de cambio, el valor de expo-
sición insinúa un tercer término, que no se deja reducir a los dos primeros. No es valor de uso, porque lo que está expuesto es, en tanto tal, sustraído a la esfera de! uso; no es valor de cambio,
porque no mide en modo alguno una fuerza de trabajo. Pero es quizás sólo en la esfera del rostro humano que el mecanismo del valor de exposición encuentra su lugar propio.
Es una experiencia común que el rostro de una mujer que se siente mirada se vuelve inexpresivo. La conciencia de estar expuesta a la mirada hace, así, e! vacío en la conciencia y actúa como un potente disgregador de los procesos expresivos que animan generalmente el rostro. Es la indiferencia descarada lo que las mannequins, las pornostars y las otras profesionales de la exposición deben, ante todo, aprender a adquirir: no dar a ver otra cosa que un dar a ver(es decir, la propia absoluta medianía). De este modo el rostro se carga hasta estallar de valor de exposición. Pero precisamente por esta nulificación de la expresividad, el erotismo penetra allí donde no podría tener lugar:en e! rostro humano, que no conoce desnudez, porque está siempre ya desnudo. Exhibido como puro medio más allá de toda expresividad concreta, se vuelve disponible para un nuevo uso, para una nueva forma de comunicación erótica.
Una pornostar, que hace pasar sus prestaciones por perfórmances artísticas, ha llevado recientemente al extremo este procedimiento. Se hace fotografiar en el acto de cumplir
o padecer los actos más obscenos, pero siempre de modo que su rostro sea bien visible en primer plano. Y en vez de simular, según la convención de! género, e! placer, ella afecta
y exhibe -como los mannequins-  la más absoluta indiferencia, la más estoica ataraxia. ¿A quién es indiferente Chloe Des Lyces? A su partner, ciertamente. Pero también a los
espectadores, que se enteran con sorpresa que la estrella, incluso sabiendo perfectamente que está expuesta a la mirada, no tiene con ellos la más mínima complicidad. Su rostro impasible despedaza así toda relación entre la vivencia y la esfera expresiva, ya no expresa nada, pero se deja ver como lugar inexpresado de la expresión, como puro medio. Es este potencial profanatorio lo que el dispositivo de la pornografía quiere neutralizar. Lo que es capturado en ella es la capacidad humana de hacer girar en el vacío los comportamientos
eróticos, de profanarlos, separándolos de su fin inmediato. Pero mientras ellos se abrían, de este modo, a un posible uso diferente, que concernía no tanto al placer del partner, como a
un nuevo uso colectivo de la sexualidad, la pornografía interviene en este punto para bloquear y desviar la intención profanatoria. El consumo solitario y desesperado de la imagen pornográfica sustituye, así, a la promesa de un nuevo uso. Todo dispositivo de poder es siempre doble: él resulta, por un lado, de un comportamiento individual de subjetivación y, por el otro, de su captura en una esfera separada. El comportamiento individual en sí no tiene, a menudo, nada
censurable y puede expresar más bien un intento liberatorio; es reprobable eventualmente -cuando no ha sido constreñido por las circunstancias o por la fuerza- solamente su haberse
dejado capturar por el dispositivo. Ni el gesto descarado de la pornostar, ni el rostro impasible de la mannequin son, como tales, reprochables: son infames, en cambio -políticamente
y moralmente- el dispositivo pornografía, el dispositivo desfile de moda, que los han apartado de su posible uso. Lo Improfanable de la pornografía -todo improfanable- se funda sobre la detención y sobre la distracción de una intención auténticamente profanatoria. Por esto es necesario arrancarles a los dispositivos -a cada dispositivo-la posibilidad
de uso que ellos han capturado. La profanación de lo improfanable es la tarea política de la generación que viene.

(1) [N. de T.} Exta, Mrum: entrañas, intestinos.
(2) [N. de T.] En italiano, "rileggere". El autor hace aquí un juego con
"relegere".                                         
3 [N. de T.] Sans tréve et sans merci: sin tregua y sin respiro.

5 comentarios:

  1. Me parece apasionante por sus consecuencias clínicas esta idea de profanar lo improfanable.Como analista de niños veo cada día la potencia fundante de la subjetividad que tiene el juego..Y el júbilo que representa poder ir más allá de los juegos que el consumo marca como necesarios, y que al cabo, aburren tanto..Pero para mi gusto, no podrìa pensarse este movimiento que hace el capitalismo en su fase actual , sin pensar en la incidencia de la técnica.Por ejemplo, como pensar esta cuestión del "dar a ver" sin el advenimiento de la fotografía?o de la dominancia de la técnica audiovisual digitalizada que nos convierte en sujetos mirados permanentemente por el Gran Hermano digital ,que nos mira desde cada cámara que nos rodea, en todo lugar.Porque esta separación entre lo sagrado y lo profano es y ha sido siempre política.Porque la religión siempre ha sido discurso fundante de castas dominantes. Por eso profanar lo improfanable es también una manera política de discutir las formas de una dominación...Pero ¿es posible resolver en la esfera humana la cuestión de la dominación,la dialéctica amo-esclavo? La esfera humana , esta de ser hablante, sostenida por que hay un padre, hay un tercero que nomina y permite por eso hablar,¿podría prescindir del padre para resolver la cuestión de su poder sodomizador, de su valor sacralizad- en tanto la civilización al decir freudiano- sólo puede sostenerse prohibiendo el parricidio .Porque Dios es ante nada un Padre sacralizado a quien se está obligado a venerar.Su heredero actual -técnica mediante- sería el objeto producido por la técnica sofisticada del capitalismo.Hasta el cuerpo de las stars porno queda modelado por la técnica, la liposuccion, las cirugías estéticas, etc...La necesaria irreverencia del niño le permite hacer en algún momento, su apuesta...Pero sin poder resolver del todo este punto de sacralidad que supone este primer tiempo de amor al padre, como identificaciòn originaria,freudianamente sugerida.Este es el punto sobre el que puede sostenerse too sistema de dominaciòn-Freud dixit.Es decir, que para mi gusto, la tarea de profanación tiene en sí misma un costado de imposibilidad-en la medida en que está prohibido matar al padre-, lo cual no implica que tenga que poder sostenerse como movimiento,para que alguien allí produzca algo que lo haga sentir vivo .Màs allá de esta dedicaciòn obsesiva actual a sostener en el altar a los objetos de la ciencia, cuya permanente degradación nos hace ir detrás , sin lograr de ellos ninguna posibilidad de goce, de uso o usufructo- al decir de Lacan.Creo que en Encore, Lacan problematiza todo esto, ubicando el goce femenino como este más allà de lo fálico- es decir del Padre- como territorio de goce , sin embargo, indecible...Esto , dentro de la neurosis.A menos que pensemos que habría que poder quebrar la neurosis , con su trampa deseante- entre otras cosas sobre esta metonimia es que logra edificarse la sociedad de consumo ,para avanzar hacia un "fuera "del orden fálico.¿Es lo que Miller propone como "levantar las barreras contra lo real"-basta de tanta sacralización neurótica-, en el texto donde propone la temática del proximo Congreso Mundial? Abro la pregunta porque es muy enigmático esto...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. muy interesante
      mi unica acotacion por ahora es que
      la prohibicion del parricidio no lo impide
      al contrario lo vuelve deseable
      cada cual tendrá que hacerse cargo de la consecuencia de sus actos
      luis michi

      Eliminar
  2. comentario hecho llegar por
    MABEL CARNÉ

    Quisiera destacar lo que para mí son los párrafos más significativos de este ensayo.
    En este trabajo, da un significado diferente a “profanar”. Dice: "...restituir las cosas al libre uso y propiedad de los hombres..."
    Le quita la connotación moral que conocemos en el uso corriente: deshonrar, quebrantar, y no aparecen aquí como análogos usar y profanar. El autor realiza una distinción, creo, minuciosa.

    Religión y separación irían juntas. Es interesante pensar en el rito del sacrificio, realizado en diferentes culturas, donde se separan las esferas de la víctima, una iría a los dioses y la otra a los hombres.

    Pensé en palabras como desencantar y restituir. La primera, en sus distintas acepciones: decepcionar, defraudar, desilusionar, o deshacer un hechizo. La segunda como reintegrar, reponer, o saquear, secuestrar o restaurar.

    Subvierte y le da otro sentido a "religio", en cuanto a “ligar”, “unir lo humano y lo divino”. Exalta el término "relegere" que sugiere atención y escrúpulo, con respecto a las relaciones con los dioses.
    Aquí escrúpulo es tomado como esmero, exactitud y no como remilgo, recelo o temor. (Es ésta una interpretación mía).

    Más adelante nombra negligencia, no en el uso cotidiano, o sea descuido, omisión, sino como "actitud libre y distraída".
    Toma "profanar" en sentido de hacer un uso libre y particular de las cosas.
    El pasaje de lo sagrado a lo profano lo compara con el juego. Dice: "...Éste libera y aparta a la humanidad de la esfera de lo sagrado..."

    Quiero destacar la referencia al juego de los niños, por "...la atención que ellos ponen cuando juegan [...] un arma de fuego, un contrato jurídico, se transforman de golpe en juguetes...". Es un uso nuevo y realiza la comparación entre niños y filósofos que entregan esa nueva dimensión a la humanidad.

    Hago aquí una digresión, relacionando este ensayo con otro del mismo autor: "Magia y Felicidad". Se refiere también al juego de los niños, en cuanto a observar cuán felices son cuando pueden inventar nombres, la magia como una ciencia de los nombres secretos: "...nunca está tan contento un niño como cuando inventa una lengua secreta..."

    En "Elogio de la Profanación": "...Profanar no significa simplemente abolir y eliminar las separaciones, sino a hacer de ellas un nuevo uso, a jugar con ellas […] nadie sabe mejor que los niños cuán atroz e inquietante puede ser un juguete, cuando el juego del que formaba parte ha terminado. El instrumento de liberación se convierte entonces en un torpe trozo de madera, la muñeca sobre la cual ha vertido su amor en un gélido y vergonzoso muñeco de cera que un mago malvado puede capturar y hechizar para servirse de él en contra de nosotros..."

    “Este mago malvado es la religión capitalista.”
    Toma autores como Max Weber y Walter Benjamin para referirse al capitalismo como religión. El primero, considera a la religión protestante como avalando, impulsando el capitalismo comercial; y el segundo, considera el propio capitalismo un fenómeno religioso.

    Es interesante la relación entre el juego de palabras de los niños cuando inventan un idioma, en actitud profanatoria, y los distintos dispositivos mediáticos neutralizando el poder profanatorio del lenguaje, impidiendo que se abra la posibilidad de una "...nueva experiencia de la palabra..."

    Profanar lo improfanable como tarea política es el desafío que tenemos por delante.

    ResponderEliminar
  3. Texto aportado por ESTELA MAIDAC

    Agamben, infancia y tiempo, incidencias en la polis (1°parte)
    Estela Maidac

    Según Agamben cada cultura es una concepción del tiempo y que no cambia una sin la otra.
    En los presocráticos encontramos dos aparentemente opuestas concepciones del tiempo, la de Parménides con su gran Esfera que lo abarca todo como un Uno unificador que responde a un tiempo de eternidad y la de Heráclito donde todo es fluir ilustrado con su célebre “no es posible ingresar dos veces en el mismo río”.
    Dije aparentes porque los griegos tienen dos tipos de temporalidad: Aion, dimensión de eternidad antes del desgarro que le hace la otra dimensión, Cronos que corta al tiempo en momentos.
    Para Heráclito: “El tiempo es un niño que juega con los dados; el reino es de un niño (el tiempo)”.
    La concepción del tiempo de la Antigüedad greco-romana es circular y continua.
    A partir de Platón y Aristóteles el tiempo es medido por la revolución cíclica de las esferas celestes, definido como una imagen en movimiento de la eternidad inmóvil.
    El movimiento de las esferas sirve para medir los demás movimientos y mide también el tiempo.
    La Física de Aristóteles determinó la concepción occidental del tiempo durante dos mil años como un continuom puntual, infinito y cuantificado definido como “número del movimiento según el antes y el después”.
    Para Agamben, esta concepción del tiempo no da una verdadera historicidad.
    Con la experiencia Cristiana se rompe la circularidad y se transforma en una línea recta con un comienzo, la Creación y un final, El Juicio Final. Por esto San Agustín opone a la repetición de lo mismo del paganismo, la novitas cristiana donde todo ocurre solo una vez y el tiempo se subjetiva.
    Dice: “Que ya no se afirme, entonces que el movimiento de los cuerpos celestes constituye el tiempo...Dentro de ti, espíritu mío, mido el tiempo”.
    Con esta postura se sientan las bases para una concepción de la historicidad y de la subjetivación del tiempo pero éste continua siendo una sucesión continua de instantes puntuales.
    La concepción del tiempo de la edad moderna es una laicización del tiempo cristiano rectilíneo e irreversible al que sin embargo se le ha sustraído toda idea de un fin y se lo ha vaciado de cualquier otro sentido que no sea el de un proceso estructurado según un antes y un después.
    Esa representación de un tiempo homogéneo, rectilíneo y vacío surge de la experiencia del trabajo industrial y sancionado por la mecánica moderna.
    Le experiencia del tiempo muerto y sustraído de la experiencia que caracteriza la vida en las grandes ciudades parece confirmar la idea de que el instante puntual en fuga sería el único tiempo humano.
    W.Benjamin y Agamben lo plantean como la pérdida de la experiencia del hombre actual. No se trata de la dramática experiencia del campo de concentración del que se sale sin poder transmitir nada, como decía Primo Levy, sino el de la simple vida cotidiana en las grandes ciudades.
    El tiempo de la globalización y el ciber espacio es el de la vertiginocidad del “ya” o el “para ayer” como se hacen los pedidos en los trabajos haciendo caer a los sujetos en la impotencia de no poder cumplir con la velocidad y la eficacia exigidos y dificulta los lazos sociales.
    El tiempo es vivido como algo que se escapa permanentemente produciendo quejas por lo que no se puede hacer por su falta.
    Quizás esto redunde en que no hay tiempo para acompañar la infancia y la adolescencia para los que es imprescindible la presencia de otro por la indefensión de los primeros y por la necesidad de confrontar de los segundos y tener ambos, a quien faltar. Juego de ausencias y presencias que no es posible sin la presencia real de un otro.
    ¿Qué temporalidad introduce el psicoanálisis si el objeto está perdido y ya no se trata de una relación de conocimiento entre un sujeto y un objeto?
    No se sostienen el antes y el después como único tiempo. El concepto utilizado por Freud y al que Lacan le va a dar mucha importancia es najtraglich, traducido al francés como après coup. (continúa)

    ResponderEliminar
  4. continuacion del texto de ESTELA MAIDAC

    Agamben, infancia y tiempo, incidencias en la polis (2°parte)
    Estela Maidac

    En López Ballesteros: postriormente o con posterioridad y en Amorrortu: efecto de retraso, efecto retardado.
    El najtraglich en la obra freudiana está en la base de la estructura del intervalo y que cuando lo nombra es para acercarse a lo real en su clínica. Sino se hace funcionar, los análisis exclusivamente en la dimensión de la duración, dimensión imaginaria, coincidente con fases evolutivas de la libido (Abraham)
    El corte propuesto por Lacan sería una temporalidad discursiva de lectura no cronológica que hace el analista sobre el discurso del paciente.
    En El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada Lacan va a proponer tres tiempos lógicos: instante de la mirada, tiempo de comprender y momento de concluir, encuentro con la falta que posibilita el acto.
    Freud nos transmitió una sexuación en dos tiempos: el tiempo del perverso polimorfo que permanecerá pues el inconciente es indestructible. Esto hace que la sexualidad sea siempre parcial o sea, regida por la lógica del no todo. Luego de atravesar la latencia, la pubertad, como segunda vuelta de esa sexualidad comenzada antes de nacer en las expectativas concientes y los deseos parentales. Lo real del Otro nunca va a poder ser dicho. Operación de constitución de lo originariamente reprimido y nunca posible de decir.
    El niño, a su vez, inventa teorías sexuales para darse respuestas a los enigmas de la sexualidad y la muerte. Sujeto en vías de constitución cuyos cimientos están en esos tiempos instituyentes y no es sin la segunda vuelta de la pubertad, el afianzamiento del fantasma y asunción del sexo.
    Niños y jóvenes que, para continuar con otra idea de Agamben, junto con los muertos o larvas son significantes inestables, seres en tránsito entre dos mundos que desestabilizan la sincronía social pero también afectan al mundo de los adultos y a cada uno con su discontinuidad.
    ¿Cómo se las arregla cada polis con lo real que escapa a lo que las leyes legislan?
    Cómo se ordenan los goces? Es posible ordenarlos si el goce es precisamente lo que escapa a lo simbólico por ser del orden de lo real?
    La polis es construcción cultural, ni natural ni dada, que porta el discurso de esa cultura.
    Ya desde el Derecho Romano Clásico no hay tabúes morales fundados en el derecho natural, que es común a todas las especies. El incesto no es un crimen contra natura porque lo que funda la prohibición son la ley y las mores (costumbres).
    Represión de lo pulsional para hacer la cultura y por esta represión: malestar en la cultura. Armonía perdida para la condición de hablantes y hablantes o atravesados por el discurso como rasgo diferencial.
    Cruce entre la subjetividad y la época. No hay Edipo sin Tebas.
    Lacan dice de Edipo: héroe trágico y de Hamlet: héroe moderno, lo particular tiene valor universal. Da valor de regla, al singular. Entonces Edipo, como excepción, afuera, arma el conjunto de los neuróticos que no somos Edipos.
    Edipo tiene el significante que hace caer a la esfinge pero ésta, en su caída, le dice que el abismo al que la arroja está en él.
    Edipo cuando se entera acerca de su filiación y genealogía ya no tiene un significante con el que poder responder y responde arrancándose los ojos, respuesta a nivel del objeto, él cayendo con sus ojos, maldiciendo a sus hijos lo que lleva a marginar a Tebas y que el progreso cultural se centre en Atenas.
    Drama de Edipo enlazado a Polis castigada: visión religiosa.
    Como analistas: malestar en la cultura y tenemos que vérnosla con el malestar de nuestra época, ese exceso de goce que escapa a las leyes.
    El específico goce que produce el capitalismo globalizado con sus mandatos de consumo y sus efectos de marginalidad y con lo que quisiera retomar de Agamben: la pérdida de la experiencia y la propuesta es que la recuperación de la experiencia se puede lograr en la experiencia analítica y en la experiencia política, ambas transformadoras en y del lazo social como experiencias emancipadoras.

    ResponderEliminar