LENGUAS DEL OTRO
Carlos Guzzetti
Carlos Guzzetti
RESUMEN
La
práctica analítica se desarrolla entre dos lenguas. Ello es correlativo al
hecho de que la constitución del sujeto es resultado de la violencia ejercida
por la lengua del Otro sobre el infante desvalido. La traducción está en la
base del trabajo del análisis porque es inherente a la relación del sujeto con
el prójimo. Ese encuentro es de entrada ético, determinado por la presencia
real del rostro. La noción de cortesía da lugar a su dimensión estética. El
dispositivo transferencial es transformador tanto del analizante como del
analista. La invención freudiana de un nuevo lazo social, no basado en la
identificación ni en la estructura libidinal de la masa, es lo que permite
afirmar el porvenir de nuestro arte.
* * *
Toda cultura se sostiene de sus mitos, de las variadas
torsiones de esas historias fundadoras, que tienen la función de producir y
reproducir sujetos, de marcar los bordes de la relación del sujeto con el otro,
de indicar los modos de sumisión y de dominio al y del otro. Nuestra cultura
occidental se nutre de múltiples yacimientos mitológicos, en particular de los
provenientes del sustrato judeo-cristiano y de la antigüedad greco-latina.
Uno de esos mitos formadores es el de la torre de
Babel. Esos pocos versículos del Génesis han pasado a lo largo de los milenios
a adquirir un valor performativo decisivo de las relaciones entre los hombres.
El mito afirma que Jehová, preocupado por el desafío que el trabajo mancomunado
de los mortales significaba para su autoridad, decidió introducir la discordia
entre ellos. Sobre la faz de la tierra se hablaba una sola lengua, unas mismas
palabras, inequívocas y adecuadas siempre a las cosas. Envalentonados por este
enorme poder sobre el mundo, el otorgado por la perfecta comprensión, deciden
construir la torre que alcanzaría el cielo, disputando sus dominios a Dios. De
mantenerse el estado de cosas, era seguro que conseguirían su objetivo. Por lo
tanto, el vengativo y celoso Creador descendió sobre la ciudad para confundir
las lenguas de modo que nadie pudiera entender el habla de su compañero. De
este modo logró que la humanidad se dispersara sobre la faz de la tierra y
dejara de edificar la peligrosa torre.
En esta ocasión, a diferencia de tantas otras, Dios se
manifiesta mediante una violencia puramente simbólica. Nada de rayos ni
diluvios, ni murallas derribadas. Tan sólo la confusión de lenguas bastó para demostrar
su poder omnímodo. Fue suficiente con introducir el equívoco, la inadecuación
de las palabras de uno a las del otro, para que se conjurase la amenaza que se
cernía sobre el poder divino. A partir de allí la presencia del Otro absoluto
estaría modulada por la presencia de la alteridad en el prójimo. Si antes de
Babel todos los hombres eran Uno, después cada uno resultó extranjero para su
semejante. Y así estamos todavía, sin perspectivas de que eso cambie.
Las experiencias más cotidianas testimonian de la
eficacia de ese acto divino. Resulta ineludible que en todo encuentro con
nuestros semejantes se produzca el malentendido, la confusión, fuente
inagotable de querellas y disputas. Sin embargo también a ella le debemos la
necesidad universal de la poesía, de la escritura, de la creación estética,
único modo de compararnos con la divinidad. Antes de Babel no era preciso el
arte, ya que las cosas eran directamente convocadas por las palabras. Después,
esa magia ya no operaba, era sólo privilegio de Jehová.
El acto divino de la confusión de lenguas, entonces,
introduce una violencia puramente simbólica, lo que de todos modos no deja de
ser una violencia eficaz, si no la más.
La adquisición del lenguaje por parte de nuestros
niños es también un proceso violento. Entre el infante y el adulto no hay
identidad de lenguas, es por eso que los niños lloran, porque el adulto es
incapaz de comprender sus necesidades para satisfacerlas sin demora. El proceso
es violento y trabajoso (todos hemos visto o sufrido lo agotador que puede
resultar y a los extremos que puede llevar el llanto insistente de un bebé) Hace pocos días las noticias informaron de
un padre que metió a su bebé en el lavarropas. Cada llanto debe ser
significado, forzado a entrar en el limitado universo de significaciones
posibles que el adulto proporciona, para de este modo convertirse en una
demanda sometida a las vicisitudes de toda demanda a un otro, que puede estar o
no dispuesto a satisfacerla, demorarla, frustrarla o sostenerla de modo de que
más allá de ella pueda constituirse un deseo propiamente humano. Se trata, como
recordaba Mariana, de la violencia
primaria de Piera Aulagnier.
Diremos entonces que la lengua del otro siempre tiene
un poder traumático. La del adulto para el niño, como acabo de señalarlo, y
también la lengua de nuestro prójimo, las diversas inflexiones, peculiaridades
léxicas o prosódicas que convierten a la supuesta lengua común en esencialmente
incomprensible. Nunca estamos seguros de comprender plenamente lo que el otro
nos dice. Ese trauma se procesa con el trabajo del inconsciente. El
inconsciente freudiano es precisamente el modo de procesamiento de esta
violencia ejercida por la lengua del otro sobre un sujeto en formación.
La experiencia de conducir un análisis nos confronta
permanentemente con el hecho de que paciente y analista no hablan la misma
lengua. Desde los comienzos del psicoanálisis Freud señaló que las palabras
extranjeras están más facilitadas para la producción del trabajo del sueño, el
acto fallido, el olvido, porque al ser más indiferentes están más disponibles
que las palabras de la propia lengua, cargadas de significado.
Más aún, la eficacia analítica reside en buena medida
en poder escuchar el decir del analizante como si se tratara de una lengua
extranjera. En ella se pierden las escanciones propias para poder escucharse en
otros lugares. Sabemos que en el aprendizaje de una lengua extranjera lo más
difícil es reconocer dónde empieza y termina cada palabra, por esto en general
resulta más fácil leerla que hablarla o entenderla.
No obstante, en el curso de análisis prolongados,
suele establecerse entre paciente y analista una complicidad discursiva, un
dialecto propio de ese vínculo transferencial que opera a la vez como indicador
de confianza y trabajo compartido y como vehículo de la resistencia. Algo
similar a la “lengua fundamental” (Ursprache)
del presidente Schreber. Recuerdo una anécdota atribuida a Lacan en sus
célebres presentaciones de enfermos en Sainte Anne. Entrevistando en público a
los pacientes psicóticos, jamás daba por sobreentendida ninguna palabra que
escuchaba. Cuando alguien hablaba de un “fórmula uno”, obviamente referido a
los autos de carrera, él interrogaba exhaustivamente el término, como si en
verdad no entendiera de qué se trataba. Quizás en verdad no lo sabía…
Obviamente que siguiendo a ultranza esa política
podemos caer en la estupidez o el ridículo, pero creo necesario no dejarse
seducir por las numerosas significaciones compartidas e interrogar aún lo
aparentemente obvio.
En otro plano, a tal punto la diversidad lingüística
es traumática, que muchas guerras, en todos los períodos de la historia,
tuvieron su origen en una política de la lengua. La película de 2001 No man’s land, del director bosnio Danis
Tanović, testimonia trágicamente los efectos subjetivos de la guerra serbio
bosnia, donde la cuestión lingüística constituía una dimensión fundamental. Si
no te comprendo, entonces te asesino, de este modo me aseguro mi propia
integridad e identidad. Expulso de mí al otro extranjero, que así se convierte
irreductiblemente en mi enemigo.
Otras políticas son posibles. Vascos, catalanes o
gallegos, misioneros, correntinos y salteños son protagonistas de los variados
modos en que se manifiestan las políticas lingüísticas. La reciente película
“Siete cajas” muestra la mixtura idiomática que hablan las clases populares de
Asunción, por lo cual el film está subtitulado en castellano.
Tomemos
como ejemplo un fenómeno histórico referido a la constitución de la lengua
francesa, correlativa de la conformación del Estado nacional. Bajo el reinado
de Francisco I, en 1539 se dicta la ordenanza de Villers-Cotterêts, que impone
que todos los procedimientos judiciales y las leyes sean pronunciados en lengua
“francesca”, -allí está una de las raíces del nombre del francés, deudor del nombre
de pila del rey Francisco-. Hasta entonces Francia era un conglomerado de
territorios feudales habitados por diversos grupos étnicos y culturales, que
hablaban diferentes dialectos -langue d’oc, langue d’oil, gascón, alsaciano,
normando, etc.- La institución de una lengua nacional única, con el argumento
de reducir la equivocidad de las ordenanzas reemplazando el latín como lengua
culta y la multiplicidad de dialectos como lenguas populares, tenía el claro
propósito de sustentar la consolidación política del Estado nacional,
soportando la ficción jurídica de que nadie pudiera alegar la ignorancia de la
ley.
En
este contexto un grupo de diputados de la Provenza van a París a protestar ante
el rey por la obligación de juzgar en francés. El rey los hace esperar meses la
audiencia solicitada, y les hace saber que no habla otra lengua que el francés.
Ante esto, los diputados rebeldes tuvieron ocasión de aprender correctamente la
lengua real. En ese mismo acto, pues, pierde todo sentido su protesta, ya que
para poder formularla deben hacerlo en la lengua que combaten, la lengua de su
enemigo, con lo cual la reivindicación del dialecto regional pierde todo su
sentido. Los diputados provenzales se encontraban ante una encerrona
ineludible: para reclamar a favor del dialecto, como para reclamar justicia sin
más, era necesaria la traducción, era necesario aprender el francés. Y una vez dominada la lengua del rey,
proceso imprescindible para tratar de convencer, la reivindicación de la lengua
regional carece ya de todo sentido. En el proceso de lucha en favor del
dialecto se produce el sometimiento a la lengua dominante.
Hablando
la lengua del rey, se reconoce su ley y su autoridad, la lengua materna sucumbe
a la lengua del rey, la de la ley que encarna. “Un rey es alguien que sabe hacernos esperar o tomarnos el tiempo
necesario para aprender su lengua a fin de reivindicar nuestro derecho, es
decir, a fin de confirmar el suyo”. (Derrida)
El ejemplo nos ilustra una forma pacífica, persuasiva,
en que esta violencia puede ser ejercida.
Los psicoanalistas tenemos mucho que aprender del
problema del translingüismo, porque todos somos de alguna manera translingüísticos.
Ferenczi piensa la constitución del inconsciente como un problema relativo a la
confusión de lenguas. Trabajamos pues entre dos lenguas, la de la pasión y la
de la ternura, modos en que los universos del infante y del adulto se ponen en
juego dramático en la actualidad del vínculo transferencial.
Ahora bien, estas afirmaciones subrayan el hecho de
que en la relación entre los hombres existe una operación ineludible, a veces
explícita y la mayor parte de las veces no, pero siempre presente, que es la
traducción. El diálogo siempre implica la puesta en marcha de un proceso de
traducción. Al respecto Borges, convidado
de piedra en la literatura analítica argentina, sostiene
que “ningún
problema es tan consustancial con las letras y con su modesto misterio como el
que propone una traducción.”
Roman Jakobson se ocupó en un
artículo ya clásico de los aspectos lingüísticos de la traducción. Su punto de
partida es que todo conocimiento a través de la lengua implica un proceso de
traducción. Y deben considerarse tres modos de
traducción posibles:
· La traducción intralingüística,
o reformulación es una interpretación
de los signos verbales mediante otros signos de la misma lengua.
· La traducción interlingüística,
o traducción propiamente dicha es
una interpretación de los signos verbales mediante cualquier otra lengua.
· La traducción intersemiótica, o transmutación es una interpretación de
los signos verbales mediante los signos de un sistema no verbal, por ejemplo
los gestos, la mímica, etc.
Quiere decir que
todo el proceso de significación pone en juego la operación de traducción, en
cualquiera de los sentidos apuntados. No hay significación sin traducción.
Jakobson apuesta a
la traductibilidad completa de la información. Desde esta perspectiva siempre
será posible trasponer la totalidad de la información contenida en el original.
En el caso de la traducción en sentido estricto, la falta de recursos tanto
léxicos como gramaticales en la lengua a la que se traduce un mensaje no impedirá
la traducción de toda la información mediante procedimientos léxicos. Es decir,
que si la estructura gramatical de una lengua es resistente a la significación
de determinado mensaje, o si la misma carece de unidades léxicas equivalentes,
siempre será posible mediante alguna perífrasis trasponer la totalidad de la
información original. Para ejemplificar basta con recurrir a la expresión más
escuchada en la filmografía norteamericana, ya universalizada por el uso
reiterado. Me refiero al famoso “fuck you!”.
Es imposible trasponerla literalmente en
castellano, ya que la estructura gramatical y los recursos léxicos de una
lengua y otra difieren en este aspecto de modo significativo. Pero, según
Jakobson siempre podrá explicarse o trasponerse el mensaje sin pérdida de
información.
No obstante,
reconoce un límite a esta traductibilidad completa: resulta imposible
transponer completamente mensajes tales como chistes, sueños o juegos de
palabras, porque cualquier perífrasis en castellano desposee a la traducción
del valor semántico adicional dado por la semejanza fonética. La frase traduttore, traditore, al trasponerse
como “el traductor es un traidor” pierde el sentido adicional otorgado por la
paronomasia en italiano, es decir, el hecho de que entre ambos términos sólo
hay un fonema de diferencia.
Esto nos sitúa de
lleno en la salvedad que Jakobson hace a su principio: la poesía es por
definición intraducible. Allí sólo cabe la transposición
creadora. Nuestra práctica se sitúa por completo en este plano.
Mariana recordaba el
texto de Benjamin de 1923. Allí afirma que la tarea del traductor “consiste en encontrar en la lengua a la
que se traduce una actitud que pueda despertar en dicha lengua un eco del
original”. Esta idea se sostiene en la premisa de una lengua superior, la
lengua de la verdad, a la que puede aspirar el filósofo. No quiero ahora
discutir las resonancias que tiene esta idea en nuestra práctica. Pienso al
respecto que la verdad con la que tratamos los psicoanalistas es indisociable
de la lengua en la que se pronuncia, que es el resultado del diálogo analítico,
una suerte de mestizaje lingüístico.
Borges (otra
vez) pronuncia en la Universidad de
Harvard, curso 1967-1968, una
conferencia con el hermoso título “La música de las palabras y la traducción”. En
efecto, la música es el elemento más resistente a la trasposición de un texto
de una lengua en otra. ¿Cómo reflejar en la propia lengua, los sentimientos que
la musicalidad del texto evoca en la lengua “original”? Allí afirma que “durante toda la Edad Media,
la gente no consideraba la traducción en términos de una transposición literal,
sino como algo que era recreado: como la labor de un poeta que, habiendo leído
una obra, la desarrollaba luego a su ser, según sus fuerzas y las posibilidades
hasta entonces conocidas de su lengua”. Y, agrego, a la prosodia y musicalidad
que su cultura prescribe, lo más definitorio de una identidad lingüística, lo
que nos permite reconocer a los uruguayos, cordobeses o andaluces.
“Por el contrario,
la idea de una traducción literal surge con las traducciones de la Biblia…[1]
Sabido es que
Freud tradujo tempranamente a Charcot y a Bernheim. El método que utilizaba,
según sus propias palabras, era leer un párrafo completo y luego escribirlo tal
como lo diría en alemán, es decir, prescindiendo de toda pretensión de
literalidad. Coincide en esto con los traductores medievales que Borges
evocaba. También es verdad que para él el relato del sueño era un “texto
sagrado”, idea que recoge la larga tradición talmúdica de la que era
tributario. No obstante bendijo la traducción al castellano de Ballesteros,
que, como todos sabemos, se permite muchas licencias poéticas que hacen el
encanto de un estilo elegantemente arcaico.
Posteriormente, y en
esto Lacan tuvo una influencia decisiva, los estudios psicoanalíticos fortalecieron
esa vertiente exegética, por lo que las traducciones perdieron belleza poética
en aras de lecturas “a la letra”, que con frecuencia produjeron textos de una
pavorosa aridez. Buena parte de la dificultad de lectura de algunos autores
proviene de la transcripción de construcciones sintácticas ajenas a la lengua
castellana, resultado de un excesivo temor a perder el tesoro conceptual
supuesto a los originales.
Es preciso reconocer un fuerte paralelismo entre el
encuentro con el prójimo y la experiencia estética. Ella está siempre presente
en nuestros vínculos con el otro. Algunas culturas han desarrollado ampliamente
la estética del encuentro, el protocolo, el ceremonial. La barbarie globalizada
hacia la que avanza precipitadamente Occidente infiltra también esta faceta si
se quiere más privada del lazo social. En la vida cotidiana prescindimos cada
vez más de las manners, los gestos
amables, los pasos de baile de aceptación o rechazo, de proximidad y distancia
necesarias para entablar el diálogo. No obstante, el destino del encuentro
analítico depende en gran medida del timing
en el manejo de esta coreografía intersubjetiva, el arte del diálogo.
La esencia del hecho artístico (sigo aquí a George Steiner)
consiste en que la libertad propia
del artista de donar o de retener su obra se encuentra con una libertad de
recepción o de rechazo. En este terreno es esencial la cortesía, “tacto del corazón” la define, que se constituye así en
un concepto de la fenomenología del
encuentro estético. Es preciso ser cortés con la obra y la obra precisa ser
cortés con el espectador, con aquel a quien se dirige. Siempre el encuentro con
la obra es un encuentro de orden ético,
es preciso darle la bienvenida a la
obra, no es posible llegar a ella si uno no la recibe. Un ejemplo de bienvenida
es la traducción, es la acogida que se le da a una lengua extranjera, los
ejercicios de saludo, de reticencia, de comercio entre culturas, de lenguas y
de modo de decir. En este sentido el traductor es un perfecto anfitrión. La
experiencia de traducción se asimila así a la experiencia de encuentro con la
obra de arte.
Esta cortesía lingüística debe expresarse tanto en el
plano léxico, como sintáctico y semántico. ¿Qué quiero decir con esto? En el
psicoanálisis estamos muy acostumbrados a una falta absoluta de cortesía
lexical, hablamos o escribimos con palabras incomprensibles para los demás;
estamos acostumbrados a una falta total de cortesía sintáctica, usamos construcciones
absolutamente atravesadas, en general resultado de malas traducciones de malas
desgrabaciones de conferencias pronunciadas al calor de un debate; también
estamos acostumbrados a una descortesía semántica profunda, nunca estamos
seguros de lo que decimos cuando decimos lo que decimos. Los conceptos del
psicoanálisis a veces dejan de ser operativos conceptualmente para
transformarse en sencillas passwords,
palabras clave que sirven para reconocerse mutuamente y punto. Se trata pues de
una descortesía semántica profunda.
La cuestión de la cortesía entra en sintonía con el
que me ocupa desde hace tiempo que es la hospitalidad.
Es preciso ser corteses con los extranjeros que nos visitan, con el otro, con
la alteridad del otro. El encuentro sólo es posible y productivo si contamos
con los recursos para saber recibirlo y
ser recibidos.
A este respecto resulta esclarecedor el pensamiento de
Emmanuel Lévinas, que concibe la relación con el otro con una metáfora tajante.
El vínculo primordial y decisivo no se da uno junto a otro, sino cara-a-cara.
Es frente al rostro del otro, de nuestro próximo -Nebenmensch lo llamaba Freud- que se juega el destino de cada uno.
Ese acceso al rostro es de entrada ético, “la mejor manera de encontrar al otro es la
de ni siquiera darse cuenta del color de sus ojos”. Si la relación está
dominada por la percepción no hay encuentro, no hay rostro siquiera, hay rasgos,
hay cara. La ética del rostro se expresa en la relación de responsabilidad para
con el otro. Como la piel del rostro es la que está más desnuda, es la más
vulnerable. Entonces el rostro se nos presenta como un mandato, como un
mandamiento: no matarás. Es muy difícil matar a alguien mirándole a los ojos,
de allí la venda que se le pone a los condenados. Es el rostro del otro lo que
nos prohibe matar. Estas ideas son absolutamente coincidentes con la concepción
freudiana del origen de la moral en la indefensión originaria, en la
identificación con el desvalimiento del otro.
El rostro es pura comunicabilidad, pone en juego la
enunciación, independiente de cualquier enunciado. No podemos estar en
presencia real del rostro del otro sin vernos impulsados, compelidos a
responder, lo que constituye la más elemental significación de la
responsabilidad.
Nuestro trabajo como psicoanalistas, enfrentados
cara-a-cara con el sufrimiento del otro y el propio, nos ha hecho llegar a la
misma conclusión. Y esto muy a pesar de la clásica disposición de los
interlocutores en el diálogo analítico, el diván, que, más allá de las
caricaturas, tiene una eficacia tal que con frecuencia nos la hace preferible
al frente a frente del diálogo social.
¿Cuál es entonces el fundamento del lazo social? Los
hombres no se reúnen por el hecho de pertenecer al género humano. Esa comunidad
no es suficiente para prevenir los dispositivos sociales de liquidación del
otro como sujeto. Tiempos en que el hombre es cosa para el hombre. Más bien los
hombres se reúnen por compartir algún rasgo, encarnado por un líder. Esas
formaciones sociales de masa, de grupo, responden a una lógica libidinal muy
estudiada.
El problema es que si estoy yo solo con el otro se lo
debo todo a él; cara a cara se lo debo todo a él, pero existe el tercero y por
eso existe la justicia. La justicia es lo que modera el privilegio del otro. Aunque
con más frecuencia de la deseable, ella se pone al servicio de esos
dispositivos, estados de excepción que se convierten en norma.
Frente a ellos, la invención freudiana más decisiva
para el porvenir del psicoanálisis es la de un nuevo lazo social. La
transferencia reúne a dos sujetos que se sujetan a otro dispositivo singular,
destinado a posibilitar un encuentro del que ambos salgan transformados. El
paciente, aliviado de sus padecimientos neuróticos, habiendo alcanzado un grado
mayor de libertad para amar y trabajar. El analista, que como decía Winnicott,
le debe la mayor parte de su saber hacer a sus verdaderos maestros, los
pacientes.
En otro nivel, la comunidad de analistas, es deudora
de ese original lazo social. Si bien las instituciones analíticas no están a
resguardo de los peligros de iglesias o ejércitos, estructuras de masas que
constituyen la dimensión real del vínculo interhumano, nuestra práctica del
inconsciente es la mejor herramienta con la que contamos para tramitar lo
traumático del encuentro con el otro. Es por ello que la política psicoanalítica,
la que apuesta al porvenir, no es la de las grandes marchas sino la de la
multiplicidad de encuentros posibles.
REFERENCIAS
BIBLIOGRÁFICAS
Borges, J.L., "Las versiones
homéricas", Discusión, 1932
Borges,
J.L., “La
música de las palabras y la traducción”
Derrida, J., El lenguaje y las instituciones
filosóficas, Paidós, Barcelona, 1995
Derrida, J., El monolingüismo del otro
Ferenczi, S., Confusión de lenguas entre los
adultos y el niño, en O.C. Espasa Calpe, Madrid, 1981
Jakobson, R., En torno a los aspectos lingüísticos
de la traducción, en Ensayos de lingüística general, Planeta, Barcelona
1985
Lévinas, E., Ética e infinito, Visor, Madrid,
1991
Steiner, G. Presencias reales, Destino,
Barcelona, 1991
Steiner, G. Después de Babel. Aspectos del lenguaje y la traducción
[1] “Pero, si nuestra
mentalidad es histórica, creo que quizá podamos imaginar que llegará un día en
el que los hombres ya no tengan tan presente la historia como nosotros. Llegará
un día en el que a los hombres les importen poco los accidentes y las
circunstancias de la belleza; les importará la belleza misma. Puede que ni
siquiera les interesen los nombres ni las biografías de los poetas.”
Destaco: Arte, Poesía, lazo social, analizantes como Poetas y literatos son maestros para los psicoanalistas, ya que de ellos aprendemos.
ResponderEliminarÚnicamente en el arte, entre ellos específicamente la Música, hablamos los humanos la misma lengua.
En la Poesía y la Música existe un idioma universal, que es matemático si lo queremos asimilar a una expresión científica.
Dice Borges en "La música de las palabras y la traducción" :
"...el trabajo del traductor siempre lo suponemos inferior, o lo que es peor lo sentimos inferior, aunque verbalmente la traducción pueda ser tan buena como el texto..."
Digo: -La traducción es inferior por la sencilla razón de que no es creación, como sí lo es el original.
Pregunto:
¿Cómo no ha de ser inferior si el original parte necesariamente del creador de la obra?
y
¿Cómo es el lenguaje que se crea entre analizante y analista?
Una respuesta tentativa es que lo que allí se crea, es justamente siempre original, al tratarse de "un nuevo lazo social", siempre nuevo
cada vez. Conserva el sello de su autor.
Análisis, autor, autores, un único autor:
el inconciente que allí se despliega.En ese espacio transicional al decir de Winnicot. Allí donde se desarrolla la fantasía en el niño
que luego deviene en el adulto manifestaciones artísticas y religiosas.
El idioma de la Fiesta es también universal. Todos los años se realizan en Buenos Aires fiestas internacionales donde se reúnen gentes de los hostels de la ciudad y viajeros de paso. La publicidad es "donde las lenguas se entremezclan para hablar el idioma de la fiesta".
En su mismo trabajo Borges habla sobre la “magia de las palabras”, del sentido y del sonido de la poesía, los pacientes hacen poesía, es “prosa elevada a verso”, ya que a veces su discurso nace de una profunda emoción.
Mabel Carné